BREVE TRATADO DE MALACRIANZA
El perfecto malcriado es el que en todo
Acierta a conducirse de tal modo
Al prójimo atormenta e importuna.
Que sin objeto ni ganancia alguna
Su primera virtud, el egoísmo,
Pues no piensa jamás sino en sí mismo,
Y aunque desprecio general reporta,
Hizo cual quiso, y lo demás no importa.
Para sobresalir en este ramo,
De preferencia tu atención reclamo
Sobre el ruido, el yo y el desaseo,
Que son para el ajeno atornilleo
Grandes medios, acaso los mejores,
Hallados hasta hoy por los doctores.
Hablarás, pues, muy recio en todo caso,
Y más cuando hablan otros; y si acaso
Es chillona tu voz o destemplada,
Tanto mejor será la cencerrada.
Al subir y al bajar una escalera
Hazte sentir cual mula bien cerrera;
Y una vez en tu cuarto, sálta y brinca,
Que para eso pagas por la finca,
Y declárate el coco, el espantajo
Del infeliz del cuarto de debajo.
Si el vecino padece de jaqueca,
Como en ser estudioso nadie peca,
Dedícate al violín, y noche y día
Hazlo chillar con pertinacia impía,
Y abre de par en par ventana y puerta
Para tener la vecindad despierta.
El yo es otro imponderable artículo
Para volverse odioso, y aún ridículo.
No toleres a nadie hazaña o cuento
Sin que tú le interrumpas al momento
Con historias del yo y hazañas tales,
Que los demás se queden en pañales.
En cualquiera desgracia o caso raro
Di «Ya yo lo había dicho; eso era claro»;
Y, aunque no te consulte ni pregunte,
Dale un consejo a cada transeúnte;
Y si no quiere oír lo que le dices,
Métele tu opinión por las narices.
Cítate por modelo en todo ramo,
Dispón en todas partes como amo,
Y ostenta que eres tú de todos modos,
La única cosa que interesa a todos.
Aunque en otros te apeste el desaseo
No imagines que en ti lo encuentren feo.
Muéstra los dientes, pues, llenos de sarro,
Límpia en la alfombra del calzado el barro,
Hábla escupiendo al prójimo en la cara,
Méte en sopera y dientes tu cuchara,
Di en la mesa primores que den bascas,
Y erúcta recio, y charla cuando mascas,
Y gargajéa y ráscate a menudo,
Y écha al plato la tos y el estornudo,
Y con los dedos límpiate el carrillo,
E hínche el salón de hediondo cigarrillo.
Y baste por ahora esta enseñanza
Para primer lección de malacrianza.
Rafael Pombo