LA GALLINA Y EL DIAMANTE
I
Fue un tiempo, tiempo airado
De escasez nunca vista;
De diente acicalado
Y mesa desprovista
Y boca sin bocado.
Los viejos tragantones
Pasando fiel revista
De cascos de botellas
Y despensas vacías,
Lloraban ¡ay! aquéllas
Dulces indigestiones
De más felices días.
Etéreos los amantes,
Cual nunca interesantes,
Con gentiles pescuezos,
No exhalaban suspiros
Sino luengos bostezos.
Y siendo la gazuza
Musa que tanto sabe,
Que enseña el arte a un ave
Y al más molondro aguza,
Soltaron los poetas
Sus míseras muletas
De perlas y zafiros.
De rosas y azucenas:
Pampirolada rancia
Sin gusto y sin sustancia;
Y hora en sus cantilenas
Nos regalaban sólo
Con suculentas cenas
Dignas del mismo Apolo.
—Viéranse allí sirenas
Y Pegasos trufados,
Compotas de ballenas,
Pirámides rellenas
De elefantes guisados.
Niágaras de escabeche,
Amazonas de leche,
Chimborazos de helados.
La humanidad doliente
Romántica vivía
De sueños y recuerdos;
No de pavos y cerdos
Como prosaicamente
Se embute todavía.
Pastores y ganados
Y aun los mismos soldados
(Dientes privilegiados)
Estaban sin raciones;
Lleno de astros el cielo,
Pingüe de polvo el suelo,
Mas los campos en pelo,
Sin agua el riachuelo,
Sin peces el anzuelo,
Sin uñas los ladrones.
Barrió doquier la planta
De la feroz Carpanta.
II
Y pasó in illo témpore
Que una infeliz gallina,
Más flaca que una espina
(El emplumado espíritu
De la difunta raza,
A juzgar por su traza),
Iba clamando piio
Con el buche vacío
Y aquel aire contrito
De un ayuno infinito,
Corriendo con el brío
Que la prestaba el viento,
Y alturas y hondonadas
Y aun cosas reservadas
Registrando a patadas
En busca de sustento;
Firme en su heroico intento
De no rendirse al hambre
Ni en el postrer calambre
Ni en el postrer aliento,
Mientras el noble osambre
Prendido de un alambre
Pueda plantarse equilibre
En su atrincheramiento;
Mientras haya mandíbula
Y sujeto anatómico,
Y quede un breve epítome,
Una etcétera, un átomo,
Ruina de ruinas
De la más flaca y última
De todas las gallinas:
Porque sabrá impertérrita
Cumplir su juramento
De no dejar ni un síntoma
Para contar el cuento.
Con patas, uñas, pico,
Repartiendo mandoble
A diestro y a siniestro.
Buscaba su pan nuestro
La honrada criatura,
Cuando entre la basura
De un recoveco innoble
Hace el descubrimiento
De un diamante, un portento
De grandor y hermosura.
¡Bípedo venturoso!
Ya tu fortuna es hecha.
¡Duerme satisfecha
Sobre el laurel glorioso!
Alégrase en efecto
A su radiante aspecto
La escuálida gallina:
Algún caro escondrijo
De una alma femenina,
Relámpago de gloria
Le alumbra la memoria...
...Pero bien pronto dijo
Gacha y desconsolada;
«¡Oh breve regocijo!
¡Oh pérfidas quimeras!
¡Oh deslumbrante nada!...
¡Ah, si a lo menos fueras
Un grano de cebada!»
Y dando otra escarbada
Volvió a enterrar colérica
La piedra malhadada.
El momento presente
Su precio a todo indica,
Y cada cual le aplica
Balanza diferente:
Tal vez lo que más tiente
Del envidioso el ceño
Trocáralo su dueño
Por el pan del mendigo
Que enfermo y sin abrigo
Rinde a su puerta el sueño.
¿Qué son diamantes, oro,
Palacios, opulencia.
Cuando es otro el tesoro
Que busca la existencia?
—Fantástica apariencia,
Externo meteoro,
Que no lavó el desdoro
Ni al ojo quita el lloro,
Ni a la verdad su foro
Ni al alma su indigencia.
El hombre es la conciencia,
Y sólo allí segura
Paz fundará y ventura,
Orgullo, independencia.
Rafael Pombo