EL VIENTO Y LA CIUDAD MALDITA
Mediaba ya la noche, negra, oscura,
Y la ciudad maldita no dormía,
Que antes desenfrenada en torpe holgura,
Era una inmensa y asquerosa orgía.
Dios llama entonce al Viento, y de su altura
A la caterva criminal lo envía
A despertar la voz de la conciencia.
Contrición demandando y penitencia.
Sordo murmullo en los espacios cunde,
Naturaleza entera se estremece,
Y sus voces innúmeras confunde
El Viento en gran clamor que airado crece.
Rápido por las calles se difunde;
Llorar, rugir, amenazar parece;
De casa en casa va, de puerta en puerta,
Y grita a cada espíritu: —«¡Despierta!
Llena la copa está de vuestro crimen,
Rebosó al fin la cólera del Cielo;
Ya Lot y la virtud prófugos gimen,
Y Natura en rubor córrese un velo.
¡Escuchad! Manda Dios que se os intimen
Exterminio y rigor sin paralelo,
Si al tercio aviso, en llanto y oraciones
No alzáis del fango vil los corazones».
Y una, y dos, y tres veces forzó el viento
Puertas y artesonadas galerías,
Y oyó, en respuesta al alto emplazamiento,
Carcajadas irónicas e impías.
La cuarta, entrando en vórtice violento
Volcó braseros, lámparas, bujías;
E hizo de cada crápula liviana
Una pira, un festín de carne humana.
Y allí, en su propia inmunda porqueriza,
Y en su vino y su mirra y sangre impura
Ardieron todos, sin salvarse triza,
Cual montones de paja hecha basura;
Y cuando no quedó más que ceniza,
Dios la pisó, y hundiose la llanura,
Y el nuevo sol brilló sobre el desierto
De un lago inmóvil, pestilente, muerto.
Rafael Pombo