LAS LUCES DEL CONVITE
Listo a la prima noche un gran convite
Que a Vatel honor diera,
Y listos para él los convidados.
El mayordomo o amo de criados
Prendió todas las luces de carrera,
Y fue a notificar, a toda brida,
«La mesa está servida».
Imaginen ustedes la sorpresa
Del ágil mayordomo de mi cuento
Cuando al tornar volando a otro momento
Encontró a oscuras comedor y mesa,
¿Qué fue? —Que en las espermas el pabilo
Por larguirucho y nuevo
No alcanzó a tomar cebo
Y no prendió. —Colgado así de un hilo
El mayordomo —pólvora, que oía
Los pasos de la hambrienta compañía,
En su atolondramiento
Echó mano de un medio algo violento.
Toma un cuchillo, guillotina a tantas
Luces sin luz, bien cortas y engrasadas.
Les hace otras gargantas,
Préndelas otra vez, y a sus fulgores
Entran al comedor los comedores.
No bien toman asiento,
¡Nueva calamidad! Cada bujía,
Sin voz de prevención, sin agonía.
Rinde pronto el espíritu. —¿Qué pasa?
Que al revés de antes, ahóganse de grasa,
Y nuestro mayordomo, en consecuencia,
Tuvo ante todos que poner certamen
Arreglando el velamen
Con mejor proporción de mecha y cebo,
Al par que de paciencia.
El pabilo es el alma, y lo sustenta,
Como el cuerpo al espíritu, la grasa.
Al educar un niño, tened cuenta
De que haya proporción entre alma y basa;
Que si no, el cuerpo al alma que aposenta
Sofoca; o ella sin sostén se abrasa;
Y obtendréis sólo un bruto sin cultura,
Triste demencia, o muerte prematura.
Rafael Pombo