EL TAMBOR MONSTRUO
(Apólogo oriental).
Dijo un rey cierta vez: —«Quiero que me hagan
Un tambor sin igual, que hasta diez leguas
Se haga escuchar, estremeciendo el viento.
¿No habrá quién lo fabrique? Y sus ministros
—«Nosotros no podemos», contestaron.
—«Yo sí», dijo Kandú, patriota insigne.
Que entraba en ese instante; «pero advierto
«Que costará un sentido el fabricarlo».
—«¡Bravo!» repuso el rey, «no importa el costo».
Y abrió a Kandú sus arcas, y en sus manos
Puso cuantos tesoros encerraba.
Kandú a las puertas del palacio al punto
Todas aquellas joyas y metales
Hizo llevar, y por solemne bando
De un extremo a otro extremo del imperio
Esta proclama publicó: «¡Vasallos!
Su Majestad el rey, cuyas bondades
Las de los dioses mismos rivalizan,
Quiere desplegar hoy todo su afecto,
Toda su compasión por la desgracia;
Y del palacio manda que a las puertas
Todos los siervos míseros ocurran».
Pronto empezaron a llegar los pobres
Del reino entero, un saco a las espaldas,
Y en la mano un bordón; turba andrajosa
Que los pueblos del tránsito invadía
Y hacia la capital hormigueaba.
Pasado un año el soberano dijo:
«¿Qué hay del tambor?» «—Ya está», Kandú repuso.
—«¿Cómo ya está, si nadie lo ha escuchado?»
—«Señor, replicó aquél: dígnese pronto
Vuestra Real Majestad dar una vuelta
Por todos sus dominios, y hasta el último
Recóndito lugar oirá los toques
Del gran tambor, que aun fuera del imperio,
De nación en nación van resonando».
Listo el carro del rey, al sol siguiente
Púsose en marcha, y viendo con delicia
Que a todas partes se agolpaba el pueblo
Con furia de entusiasmo a recibirlo,
«¿Qué es esto? —preguntó—; ¿de dónde viene
Tanto cariño y muchedumbre tanta?»
—«Señor, —Kandú le respondió—; ya un año
Hace que me ordenasteis construyese
Un tambor que a diez leguas de distancia
Se hiciera oír. Pensé que un pergamino
Nunca pudiera difundir muy lejos
De vuestros beneficios el aplauso;
Por lo cual los tesoros que pusisteis
A mi disposición, en buenas obras,
En víveres y ropas y remedios
Me di prisa a invertir, para socorro
De los más infelices del imperio.
Les hice un llamamiento en vuestro nombre
Y acudieron ansiosos a la puerta
De los consuelos, como hambrientos hijos
Al seno de la madre generosa.
Hoy pues os lo agradecen, y sus voces
De reconocimiento, dondequiera
Que os presentéis, resonarán, y alcanzan
Donde ningún tambor llegará nunca;
Porque las buenas obras son las madres
Del aplauso legítimo, y sus ecos
En cielo y tierra eternamente vibran».
Bogotá, marzo: 1875.
Rafael Pombo