EL JOROBADO
La desgracia es fortuna,
La fortuna es desgracia,
Pues el Señor, sin excepción ninguna,
Compensa todo en su infinita gracia.
Al que dichoso nace
Y entre delicias crece,
Pronto ningún placer le satisface
Y en la flor de sus años envejece.
No de alto te envanezcas,
Ni de bajo maldigas;
Tal vez no hay mal que luego no agradezcas,
Ni bien que no te cause agrias fatigas.
El amor cuesta llanto;
Con oro hay pobres vidas,
Y si los reyes no subieran tanto
No se dieran tan trágicas caídas.
Éranse dos hermanos
Que todo era hablar dellos,
Bellos, graciosos, fuertes y lozanos
Y muy mimados dondequier por bellos.
Y otro hermanito había.
Jorobado, antipático,
Al cual nadie halagaba; y lo reñía
La cocinera misma en tono enfático.
Y como los primeros
Eran tan consentidos,
Resultaron solemnes majaderos
Y para toda vocación perdidos.
Dieron en caprichosos,
En vanos e informales;
Las faldas los volvieron perezosos,
Y la pereza los plagó de males.
El jorobado en tanto,
Hallando al mundo esquivo.
Se hizo sabio en la escuela del quebranto,
Y tuvo en él benéfico incentivo.
Vio que la vida es seria,
Y se armó muy temprano
Para no errar en la engañosa feria
Y luchar con los hombres mano a mano.
Lidió bien su batalla,
Trazose ancho camino,
Rápidamente fue ganando en talla.
En opinión del sastre y del vecino.
Paró en graciosa aquella
Giba que tanto lloro
Causole un tiempo; y susurraban della
Que era un costal repleto de onzas de oro.
Nueva York, septiembre 17: 1870.
Rafael Pombo