LA EDUCACIÓN ES LA FUERZA DE LA MUJER
(Discurso dirigido a una Directora).
Si la instrucción es necesaria al hombre,
A la mujer no es menos necesaria,
Pues ella, como madre forma al niño
Con la preciosa educación temprana;
Ella, entre halago y risa le insinúa
De Jesús la vivífica palabra,
La de Dios mismo, que habla por su boca,
La que alzó el universo de la nada:
Y esa primera educación semeja
El rocío del alba, que a las plantas
Ayuda aun más que el sol del mediodía,
Más que la tarde con sus frescas auras.
Si es débil la mujer, ¡cuánto más débil
Hácela entre nosotros la ignorancia.
Puente del ocio, madre del hastío,
Y de pobreza y desamparo hermana!
¿Qué es aquí la mujer cuando el apoyo
De un padre fiel la muerte le arrebata,
Cuando no tiene hermanos que la mimen
Y toda digna protección le falta?
¿Qué la mísera viuda entre nosotros
Cuando de tiernos hijos circundada
No sabe defenderse y defenderlos
De los peligros que en contorno amagan?
¿Cómo podrá velar por su familia
Si ni en sí misma tiene confianza,
Y sólo sabe que es mujer y es débil,
Sin más educación que su criada?
¿Si aunque sus intereses y derechos
La ley proteja, es incapaz de usarla,
Y por preocupación y por costumbre
La que nació mujer se estima en nada?
No hay entre su aptitud y sus deberes
Equilibrio posible en su ignorancia;
A su buen corazón le faltan medios
De obrar, y en vano se desvive y ama.
Es como un general cuyos soldados
Sus hijos son, y encuéntrase en campaña
Con la inercia o piedad del enemigo
Por único armamento y esperanza.
Cuando la madre es ignorante y débil
Pueden los hijos tiernamente amarla,
Mas no conseguirá que le obedezcan
Lo que ella incierta y temerosa manda.
La mujer de un Nerón o de un vicioso
Suele ser una mártir, una santa.
Que cree que todo su deber consiste
En aguantarlo como humilde esclava:
Así en nodriza y pábulo del vicio
La infeliz se convierte, y cree que gana
Méritos para el Cielo cuando afirma
Con su inacción la perdición de su alma.
Si, al contrario, en sí misma y en las leyes
Y en el resto de amor que acaso guarda
El bruto aquél y en la sanción ajena
Un poco más la mártir confiara,
Pudiéralo volver al buen camino
Haciéndole purgar el que llevaba,
O librara a sus hijos y a sí misma
De la insufrible, incorregible plaga.
Y su deber ¿cuál es? La ley de Cristo
¿Qué le prescribe? Gobernar la casa;
Y al marido, aunque incrédulo, sumisa,
Probar si amor y sumisión lo ganan.
Pero en el vicio, nadie a servidumbre
Está sujeto; el Cielo le prepara
De Helí el castigo, si imprudente o débil
A la prole común del mal no guarda.
Y a todos recatarnos nos ordena
Del que escandalizare; y ni la vianda
Con el ebrio tomar, o el maldiciente,
O el que de ajena propiedad se alhaja.
Los hombres en el tráfago del mundo
El dardo embotan de la suerte ingrata;
Su misma actividad los fortifica,
Y del tedio letífero los salva.
El universo ante su vista extiende
Todos sus tentadores panoramas,
Si erraron un camino, emprenden otro,
Y si hoy cayeron, triunfarán mañana.
Lo extraño y vario de la suerte ajena
Estímulo les brinda y esperanza,
Y será culpa suya, y no del mundo,
Si alguna vez vencidos se declaran.
De la mujer la vida es más estrecha,
Monótona, pasiva y solitaria;
Su infortunio es un huésped sempiterno,.
Y es su mayor felicidad, amarga.
Ella se juega entera en una suerte,
Y si la erró, no hay salvación humana;
Y sin embargo, a errar viendo que yerra
Su timidez la obliga y su ignorancia.
¿Qué hará con un espíritu vacío
Para llenar las horas de su casa,
Y entender el espíritu del hombre
Y ser su compañera y su guardiana?
¿Cómo ha de cautivar su índole inquieta
Y enamorar eternamente su alma
Cuando toda su gracia es su figura,
Y extinta esa ilusión no queda nada?
La ignorancia es insípida, y muy pronto
La insipidez deja sentirse, y cansa,
Y una vez que cansó, se hizo su dueña
Insoportable al hombre que idolatra.
La falta de instrucción y de cultivo
No sólo tales infortunios causa;
Que es asimismo fuente y alimento
De la maledicencia y chismografía
La mujer que al estudio se aficiona
Y abrió al fin de su espíritu las alas
A admirar en sus dones y portentos
La omnipotente diestra soberana;
La que del Universo la armonía
Vio a la luz de la ciencia, y en la vasta
Procesión de la historia el triste juego
Del egoísmo y vanidad humana;
La que ha logrado de las Artes Bellas
Sentir la magia enaltecente y casta
Y penetrar en el santuario excelso
Do el Sanzio pinta y Palestrina canta;
La que de una Staël apreciar supo
La crítica profunda y delicada,
Y de Rosa Bonheur los lienzos puros,
¡Virtud y poesía en aire y vacas!...
Esa mujer ya es sorda a las hablillas
Ociosas y ridiculas que a tantas
Sirven de ocupación; esa ya es muda
Para mofarse atroz de sus hermanas;
Esa sí puede acompañar al hombre
Entrando en el santuario de su alma,
Y serle fiel, porque la sangre en ella
Nunca al activo espíritu avasalla.
Puede hacer rico el más modesto nido
Con la magia del arte y de la gracia,
Y reinar dignamente en su familia
Y dar nombres ilustres a la Patria.
Ya ella aprendió que la mujer no es débil,
Que su debilidad es su ignorancia,
Y que Teresa y la Isabel primera
Modelos son de santos y monarcas.
Pero aquí en vuestra noble Directora
Veo la prueba mejor de mis palabras:
Su virtud e instrucción la han hecho fuerte,
Seguid su ejemplo: con su ejemplo basta.
Rafael Pombo