EL CONEJO AVENTURERO
Érase un Conejito que vivía
En remoto rincón de un monte espeso,
Albergue fiel donde jamás llegaron
Astuto cazador ni ágil podenco.
Allí saltaba y correteaba libre
Ignorando qué fuesen hambre o miedo,
Con lo bastante para sí, y aun algo
Qué agasajar a novia o compañero.
No le faltaba nada, y sin embargo
No estaba el Conejillo satisfecho.
«Esta vida es muy zonza —repetía—,
No es para mí, que anhelo el universo,
»Quiero ver cuánto corre este arroyito,
Quiero ver cuánto cubre ese ancho cielo,
Y a dónde van las aves y las nubes,
Y cómo viven los demás conejos».
Y así una madrugada, cuando a todos
Los embargaba en su casita el sueño.
Él se fugó, sin lágrimas ni adioses.
Ni abrazar a la madre y darle un beso.
Como a una milla se detuvo, y dijo
«¡Salí del monte, qué país tan bello!»
Cuando, ¡trun! suena un tiro, silba el plomo,
Y milagrosamente escapa ileso.
Alarmado y no poco, apuró el paso,
Mas qué rumbo tomar no era muy cierto
Porque si viene otra descarga, el pobre
Puede quedar exánime en el puesto.
En tal dilema, tembloroso y pálido.
Sentose a meditar nuestro viajero,
Y en breve pasan por allí unos niños.
Con el prurito de cazar conejos.
Lo ven, lo espían, cárganle a pedradas,
Y él dijo: «huyamos, la demora es riesgo,
Tal vez más adelante iré seguro»...
Pero ¡ay! más adelante, sustos nuevos.
Ya un árbol desplomado a golpe de hacha,
Ya un coche, un gato, un escuadrón de ovejos,
Ya un tren, que sin saber cuándo ni cómo,
Resbala encima dél, bufando fuego.
«¡Esto no puede ser!» —murmura atónito—,
«Dejemos el viajar para otro tiempo,
Volvámonos a casa»; ¿más por dónde
Si ya ni sabe dónde está el batueco?
«¡Ay! ¿y por qué salí de entre los
míos,
—Exclamó sollozando de despecho—,
Para rodar así, siempre temblando,
Siempre a merced de todos los que encuentro?»
«¡Pero valor! yo he de volver un día
Y tendré qué contar. A lo hecho, pecho;
Y por lo pronto pues estoy rendido,
Venga lo que viniere, descansemos».
Iba por ese lado un campesino
Y encuentra dormidito al andariego;
«¡Hola, así duerman todos!» dijo el hombre,
Y despertó en sus manos el Conejo.
A una jaula fue a dar aquel gigante
Que anhelaba por casa el mundo entero;
Espacio en qué voltearse apenas logra,
Y si algo mira, es al través de hierros.
Por su fortuna este individuo sabe
Ponerse en cuatro pies y estarse quieto,
Mas, aún así, si no se agacha un poco.
Siempre con las orejas toca el techo.
Pero él se consoló; pronto decía
«Vamos, bien visto no es tan malo el cepo;
Estas gentes son muy caritativas
Y han querido esconderme a todo riesgo.
»En el negocio de comer, y en todo,
Me tratan con decencia, lo confieso,
Y así que más y más vaya engordando
Me irán sin duda más y más queriendo».
Oyendo este discurso unos tocayos
Vecinos dél, gritáronle: «¡Camueso!
¡Tu destino es morir! tal vez cocido
O, más sabroso, asado a fuego lento».
«No, —repuso—, no embromen; tales cosas
Ya no se ven, eso era de otro tiempo»;
Mas ¡oh! la misma tarde, ¡qué espectáculo!
Vio marchar al fogón a uno de aquéllos.
«¡Qué perfidia, qué horror!» —sudando frío
Clamó el Conejo—; «entonces, prefiero yo
Enflaquecerme todo lo posible
Porque engordar quiere decir ¡comérnoslo!»
Y en efecto, ayunó desde aquel día
Como un anacoreta en el desierto:
Ver una zanahoria espeluznábalo;
Soñaba con pasteles de conejo.
Y al acordarse de sus tristes padres,
(Que olvidó libre y recordaba preso)
Decía: «No me hallara en este trance
Si hubiese obedecido sus consejos».
Por fin, al verlo cada día más flaco,
Pensaron: «Tiene tisis, cuando menos»
Y ábrenle la hucha: «¡Vete, noramala!
Esto no es hospital; ¡fuera el enteco!»
Obedeció con gusto, mas al paso
Le saltó encima un mastinón tremendo,
Y escapó solamente porque había
En la cadena media cuarta menos.
Un galopín le disparó una escoba
Al escalar la talanquera trémulo,
Y él dijo: «¡Cielo santo! de qué modo
Despiden a la gente estos sujetos!»
Y al otro lado hambriento pero vivo,
Huyó incansable sin tomar resuello,
Cuando a la vuelta de un peñón descubre
A Londres con sus leguas de portentos.
«¡Ah! qué hacienda tan grande, —exclamó al punto—
En almorzando le daré un paseo;
Sus dueños deben ser gente muy rica
Que no engulle gazapos y conejos.
»En todo caso a mí ya no me pillan
Con la experiencia y práctica que tengo:
Si asoma un quídam con fusil, me escondo,
Y así que me dé sueño, a un agujero».
Con este sabio plan de operaciones
Púsose en marcha; mas andando un trecho
Siente asida una pierna, da un chillido;
¡Ah! el infeliz quedaba herido y preso.
Así aprendió qué cosa es una trampa,
Palabra que no estaba en su librejo,
Y al acercarse el cazador, él mismo
Diole el cruel parabién con sus lamentos.
Pero al abrir la trampa, el Conejillo
Tal vez por flaco, se escapó de nuevo;
Y el hombre no lo persiguió, que acaso
Pastel de pierna rota es indigesto.
En ayunas y cojo, poco anduvo
El mísero animal; y hubiera muerto
Si no acierta a pasar por donde él iba
Un viejo amigo, insigne curandero.
Con agua pura restañó el desangre,
Paso entre paso hasta su bosque fueron,
Y al divisar su pobre albergue el cojo
Llorando de emoción bendijo al Cielo.
«¡Ya sé, —exclamó—, ya sé lo que tú vales!
Y de hoy en adelante no habrá esfuerzo
¡Que me arranque de ti!»... —Pero esa noche.
Cuando ya era feliz, murió el Conejo.
No hay culpa que se quede sin castigo
Y no hay virtud ni buena acción sin premio,
Y el desobedecer a nuestros padres
Siempre costó durísimo escarmiento.
Bueno es viajar si hay alguien que nos guíe
Y el viaje tiene un digno, útil objeto,
Y ninguno más digno que el estudio
De lo que falta en el nativo suelo,
Para volver, no a presumir de cultos.
Sino a enseñar y hacer lo que sabemos,
Y honrar prácticamente a nuestra Patria
Y ser amor y orgullo de los nuestros.
Pero salir cual otro Don Quijote
A buscar aventuras, —¡ni por pienso!
Y una madre que dice: «¡Hijo, no partas!»
Habla en el nombre y con la voz del Cielo.
¿Y quién en tierra extraña es insensible
Al nombre de la Patria y sus recuerdos?
¡PATRIA! ¡gran Madre! polo de las almas,
¡Sagrario y corazón del universo!
¿Quién despreció jamás por chica o pobre,
La cuna de sus padres y sus héroes?
Si hay tal, que no disfrute ni la dicha
De abrazarla y morir, como el Conejo.
Rafael Pombo