INVOCACIÓN
Señor, déjame hablar, dame palabras,
Desahogo, expansión, deja que pueda
Desbordar el torrente impetuoso
Y aliviar un instante... o haz que duerma
Mi espíritu en tu noche... ¿Por qué, dime,
Un alma, un corazón diste a los hombres
Para sentirte y adorarte... y luego
En vil jaula de fango encadenaste
Esos dones excelsos? ¿Por qué, dime,
A tu imagen formándonos, quisiste
Que este insaciable pensamiento fuese
Compendio de ti mismo y de tu obra?
¿Por qué copiaste en él esas tormentas
En que ruedan los truenos de tu ira
Y las magnificencias de tu nombre;
Esos resplandecientes horizontes
Que palpitan tu gloria; ese océano
Donde las huellas de tus pasos corren
En montañas de olas; ese cielo.
Azul esposo de la verde tierra,
Claro, sereno, esplendoroso, inmenso;
Las trombas de la mar, los torbellinos
De arena y fuego que el simún levanta
Del tendido Sahara; los abismos
De la lóbrega noche pavorosa;
La catarata hirviente, irresistible
Que la aterrada atmósfera atraviesa
Cual fúlgido cometa de las aguas;
Los remolinos ígneos que coronan
La frente del volcán; el dios de fuego
Que brama dentro de él? ¿Por qué quisiste
Que el alma un rayo de tu sombra fuese,
Y espejo de tu sombra, y ambiciosa
De crear cual tu creas... si entretanto
Nuestras lenguas ataste, y erigiendo
Entre alma y alma una fatal barrera,
A esfuerzo estéril, a perenne lucha
Y aislamiento sin fin las condenaste?
En hablar y escribir, ¿qué obsequio hiciste
Que tanto ufane y envanezca al hombre?
¿Hechas de una vil pluma pretendemos
Dar alas a un arcángel? Nuestra mente
¿Puede en manchas de tinta convertirse?
Esta hoja de papel, pálida, fría,
¿Reflejará un relámpago del alma?
Chispa inmortal, fragmento de Dios mismo,
Alma, eres tú, las destempladas voces
Que me arranca el dolor, las líneas viles
Que hastiado escribo, y rasgo, y despedazo.
¿Qué queda en el papel, qué lanzo al viento?
La cifra de una página perdida.
El humo de una hoguera. En vano intentan
Nuestras débiles manos de la frente
Arrancar la palabra creadora
Con ridículo afán; en vano el pecho
Quisiéramos nerviosos exprimirnos
Para mojar en sangre los pinceles
Que no encuentran color, luces, ni sombras.
¡Oh, si escribiera el corazón, si él mismo
Pudiera de sus dramas silenciosos
Ser el cantor! ¡Eterno Dios! entonces
Yo con un himno el universo entero
Ganara para ti; yo entonces, sólo
Con una maldición fulminaría
Tantos luzbeles de la especie humana.
Entonces en los íntimos dolores
Que nacen, viven, mueren en mi seno
Sin costar una lágrima, escuchara
De todo lo que existe en torno mío
Un lamento tristísimo elevarse
Acompañando mi clamor. Tú, hermosa,
Que hoy de los ecos de mis ansias ríes,
Entonces, como el ojo que se asoma
Del Tequendama en el dintel mirando
El abismo de amor que atormentabas,
Loca, desvanecida caerías...
Tú que me haces llorar me idolatraras.
1855: febrero.
Rafael Pombo