GRACIAS
Pues que eras tú para el amor de ese hombre.
Moriste para mí; tú has descendido
Del trono a que mi orgullo te elevara:
Muere en paz en el polvo a que bajaste;
Cae pues, ángel de farsa; y vuelva al cielo
El otro tú de una ilusión divina
Que en mi delirio concebí al mirarte.
—Devuelvo a Dios ese ideal sublime
Que en ti encarnado idolatré ferviente:
Puro se lo devuelvo, intacto y santo
Como a mi mente descendiera un día.
No quiero profanarlo con tu nombre,
Ni que habite un instante en donde habita
La imagen enlodada que dejaste.
¡Qué! ¿Por ventura el cielo se oscurece
Cuando la estrella del amor se apaga?
Si del ramo infelice
Una efímera flor desaparece,
Tal vez con su caída lo fecunda
Y alfombra el tallo a cuyo torno vaga,
¡Adiós, adiós! me cuestas un suspiro
¡Doloroso, pero último!—es que arranco
Del corazón tu página, y se queja,
Redimiendo tal vez con un lamento
Media vida de lágrimas y angustias
Que a tu constancia puede haber debido.
Bendigo tu inconstancia, que en un soplo
Me libra de ti misma; y este obsequio,
Este favor de tu bondad postrero
Te lo agradezco más, amable mía,
Que cuantos dulces votos me mentiste
Y cuantos besos consentiste un día;
¡Adiós, pues, vuelve al polvo, amable mía,
Ya que del polvo y para el polvo fuiste!
1853.
Rafael Pombo