IN MEMORIAM EZEQUIEL MARTÍNEZ ESTRADA
Como ni usted ni yo creemos
(No creemos, ¿no es verdad?)
En esa pampa inmensa que es el cielo
(Cualquier otra imagen sería igualmente gastada y además
igualmente falsa);
Como ni usted ni yo creemos,
Ahora le estoy hablando a un muerto,
Le estoy hablando a nadie,
A nada:
Probablemente por esa manía de la literatura
Y de que los otros sepan lo que uno piensa,
O lo que uno quiere que los otros crean que uno piensa,
O lo que sea.
Ahora ilustres patriotas, eminentes pensadores, escritores
Que son honra y prez del idioma dirán de usted
Cosas que nos harán sonrojar, pensando
En su soledad altiva, en su indetenible
Boca de señor ¡Qué le vamos a hacer! De todas
formas,
El precio era morirse, decididamente un precio muy alto.
Y además, usted no quiso pagar ningún precio, ni quiso
Oír otros elogios que las palabras de la amistad y la verdad.
Ahora usted está otra vez, y para siempre, solo. Tan solo
Como los que bajaron la cabeza y al cabo murieron también.
Ahora se pudren todos, y todos son nadie, son nada.
De usted quedan esos papeles ardientes, ese rastro de llamas
Donde el corazón se hace mayor
Y esta cosa extraña de vivir recibe una luz en plena cara.
Yo no voy a decirle: Ezequiel
Martínez Estrada, no está muerto, etcétera,
Porque la verdad es que creo que sí,
Que está muerto.
Que la alucinante suma de azares
Que a través de astros, espacios, monstruos,
Cataclismos, historias, se hizo una vez
Ezequiel Martínez Estrada,
Ha concluido para siempre.
Si el Universo fuera limitado en sus combinaciones,
Cabría alguna esperanza. Pero no hay ninguna.
Por eso le digo esta especie de adiós,
Asegurándole que en el río de mis azares,
Y en los de muchos como yo,
Hay uno que fue usted,
Y que ésa es la única inmortalidad posible:
Que ya yo no pueda ser como era
Antes de haberlo conocido y querido mucho.
Todo no es más que un soplo:
Usted, yo, el universo, pero
Puesto que ha habido gente como usted,
Es probable, es bastante probable,
Que todo esto tenga algún sentido.
Por lo pronto, ya sé: no bajar la cabeza.
Gracias, y adiós.
Roberto Fernández Retamar