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TRES POEMAS

                  I

¿Qué hay más débil que un dios? Gime hambriento y husmea
la sangre de la víctima
y come sacrificios y busca las entrañas
de lo creado, para hundir en ellas
sus cien dientes rapaces.

(Un dios. O ciertos hombres que tienen un destino).

Cada día amanece
y el mundo es nuevamente devorado.

                  II

Los ojos del gran pez nunca se cierran.
No duerme. Siempre mira (¿a quién?, ¿a dónde?),
en su universo claro y sin sonido.

Alguna vez su corazón, que late
tan cerca de una espina, dice: quiero.

Y el gran pez, que devora
y pesa y tiñe el agua con su ira
y se mueve con nervios de relámpago,
nada puede, ni aun cerrar los ojos.

Y más allá de los cristales, mira.

                  III

Ay, la nube que quiere ser la flecha del cielo
o la aureola de Dios o el puño del relámpago.

Y a cada aire su forma cambia y se desvanece
y cada viento arrastra su rumbo y lo extravía.

Deshilachado harapo, vellón sucio,
sin entraña, sin fuerza, nada, nube.

autógrafo

Rosario Castellanos


«Lívida luz» (1960)

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