Moría el sol, y las marchitas hojas
de los robles, a impulso de la brisa,
en silenciosos y revueltos giros
sobre el fango caían:
ellas, que tan hermosas y tan puras
en el abril vinieron a la vida.
Ya era el otoño caprichoso y bello.
¡Cuán bella y caprichosa es la alegría!
Pues en la tumba de las muertas hojas
vieron sólo esperanzas y sonrisas.
Extinguióse la luz: llegó la noche
como la muerte y el dolor, sombría;
estalló el trueno, el río desbordóse
arrastrando en sus aguas a las víctimas;
y murieron dichosas y contentas...
¡Cuán bella y caprichosa es la alegría!
Rosalía de Castro