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ORILLAS DEL SAR

                III

Oigo el toque sonoro que entonces
a mi lecho a llamarme venía
con sus ecos que el alba anunciaban,
        mientras, cual dulce caricia,
        un rayo de sol dorado
alumbraba mi estancia tranquila.

Puro el aire, la luz sonrosada,
        ¡qué despertar tan dichoso!
Yo veía entre nubes de incienso,
        visiones con alas de oro
que llevaban la venda celeste
        de la fe sobre sus ojos...

Ese sol es el mismo, mas ellas
        no acuden a mi conjuro;
y a través del espacio y las nubes,
y del agua en los limbos confusos,
y del aire en la azul transparencia,
¡ay!, ya en vano las llamo y las busco.

        Blanca y desierta la vía
        entre los frondosos setos
y los bosques y arroyos que bordan
sus orillas, con grato misterio
atraerme parece y brindarme
a que siga su línea sin término.

        Bajemos, pues, que el camino
        antiguo nos saldrá al paso,
aunque triste, escabroso y desierto,
        y cual nosotros cambiado,
lleno aún de las blancas fantasmas
        que en otro tiempo adoramos.

autógrafo

Rosalía de Castro


«En las orillas del Sar» (1884)

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