LAS JOYAS DE MARGARITA
En una tarde. En el remoto
y dulce tiempo medioeval.
Es el tiempo lejano ignoto,
el tiempo místico y feudal.
Es una tarde. Es la erudita
patria de Gretchen, donde amor
puso a los pies de Margarita
una leyenda siempre en flor.
Es una tarde. Misteriosas
penumbras llenan la mansión.
Se oye el acento de las cosas
en un lenguaje de ilusión.
Dice un galán reclinatorio
de terciopelo carmesí
—«¿Cuándo vendrás al oratorio
a arrodillarte sobre mí?»
La mano blanca y lisonjera
reclama el verso danzarín;
y el lecho, la amplia cabellera
y las caderas de jazmín.
Y surgen voces tremulantes
y cristalinas de un arcón:
es el cantar de los diamantes,
es de las prendas la canción.
Gimen las joyas, las pulseras,
collar, anillo y áurea cruz,
en rojo estuche prisioneras
y desterradas de la luz.
—«Viera mi sangre generosa,
clama en rubí no puede ver
la amada tinta de la rosa,
senos ni boca de mujer».
Bello zafir se descolora
triste y anémico, al soñar
una visión azul de aurora;
una visión azul de mar.
Y los diamantes de aguas puras
lloran sus lágrimas de amor,
porque no besan las blancuras
de un perfumado seno en flor.
Y más los dijes deslumbrantes
tiemblan y sufren, al pensar
que se deslizan los instantes
y Margarita va a llegar.
—«No tornes, blanca Margarita,
—murmura cálido zafir—;
ni del dolor de esta maldita
sombra, nos pienses redimir».
—«No tornes, blanca Margarita,
—repite fúlgido rubí—;
cómplices venos de maldita
liga del diablo contra ti».
—«No tornes, blancas Margarita,
—gime un diamante brillador—;
mi luz de encanto es la maldita
e infausta aurora de tu amor».
¡Oh epifanía!... En los umbrales
blanca figura mueve el pie;
y de su boca los corales
cantan el canto de Thulé.
Y Margarita, lo primero,
corre al estuche seductor;
sin olvidar al caballero
que al verla dijo algo de amor.
New York, marzo 1899
Rufino Blanco Fombona