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LOS HORNEROS

«A Felicia Dorrego del Solar»

                        I

¿Es prosaico este título, Felicia?
;  ;  ;  ;  ;  ;    Te diré la verdad:
Cuando canta un poeta, donde quiera
Brota del arte el límpido raudal.

¿Has visto desde ayer cómo las jóvenes
;  ;  ;  ;  ;  ;    Más rosadas están,
Cómo hay algo en sus faldas armoniosas
Del revuelo gentil de la torcaz ?

Pues con esto, Felicia, ya sabemos
;  ;  ;  ;  ;  ;    Quien anda por acá:
¡La ardiente, infatigable tejedora
De nupciales guirnaldas de azahar!

La dulce Primavera, que desdeña
;  ;  ;  ;  ;  ;    La estéril soledad,
Y entre el alma del joven y la niña
Entreteje las flores del rosal.

—Se cuida de nosotros, no de pájaros,
;  ;  ;  ;  ;  ;    Sin duda me dirás;
Pero así que la sienten los horneros,
¡También revuelan con inmenso afán!

En torno giran del ombú, que empieza
;  ;  ;  ;  ;  ;    Sus ojas a mostrar,
Y estremeciendo las rojizas plumas,
De rama en rama tropezando van.

Arrójanse de lo alto, como heridos
;  ;  ;  ;  ;  ;    De congoja mortal;
El rocío, a los golpes de sus alas,
Salta en gotas de luz del trebolar;

¡Y después, en la noche, se reposan
;  ;  ;  ;  ;  ;    En dulce intimidar!,
La cabeza adormida bnjo el ala
Con los santos ensueños del hogar.

                        II

Era horrible aquel año la sequía:
;  ;  ;  ;  ;  ;    Un soplo abrasador
De la tierra argentina calcinada
La fecunda y magnífica región.

Mugían en los campos los ganados,
;  ;  ;  ;  ;  ;    Ya trémula la voz,
Y los pacientes bueyes escarbaban
La tierra estéril, sorda a su clamor.

El potro de las pampas, que otro tiempo,
;  ;  ;  ;  ;  ;    Nervioso y vencedor,
A Chile y al Perú, nuestros hermanos,
Con San Martín la libertad llevó.

Sobre el inmenso llano, que a sus cascos
;  ;  ;  ;  ;  ;    Era breve extensión,
Hasta del vil chimango presa inerme,
Con fúnebres relinchos, ¡expiró!

Implacable, entre cárdenos vapores,
;  ;  ;  ;  ;  ;    Su fuego arroja el sol,
Y en errantes columnas, lanza el viento
Remolinos de polvo abrasador.

Ya no entonan alegres los horneros,
;  ;  ;  ;  ;  ;    Su vibrante canción:
Pasan mustios, callados, largos días
A la sombra del árbol protector.

Ven, en sueños, nidadas de polluelos,
;  ;  ;  ;  ;  ;    Y, en paterna ilusión,
Sienten ya bajo el ala cariñosa
De sus hijos el grupo bullidor.

No padecen de sed, porque el rocío
;  ;  ;  ;  ;  ;    Que en la noche cayó
Entre las hojas del ombú, les brinda
Refrescante y purísimo licor;

Ni víctimas del hambre desfallecen,
;  ;  ;  ;  ;  ;    Porque en toda estación,
Ya en el suelo aprisionan, ya en los aires,
Las alas del insecto volador:

Están tristes y mudos los horneros,
;  ;  ;  ;  ;  ;    No entonan su canción,
Porque son arquitectos, y no hay barro
Para hacer el palacio de su amor.

                        III

¡Gloria a Dios en la tierra y en el cielo!
;  ;  ;  ;  ;  ;    ¡De occidente se ve
Avanzar densa nube color plomo,
Ceñida de relámpagos la sien!

Vuela el polvo batido por las gotas
;  ;  ;  ;  ;  ;    Que empiezan a caer,
Y el olor desabrido de la lluvia
Es fragancia al espíritu otra vez.

Con frenético impulso, los ganados
;  ;  ;  ;  ;  ;    Descienden en tropel
Al polvoroso lecho del arroyo,
Donde tantos murieron hasta ayer.

A manera de elásticas neblinas,
;  ;  ;  ;  ;  ;    Las aves, cien a cien,
Sobre cada laguna se dispersan
Y se abaten de súbito después.

I,as cercetas, los ánades azules,
;  ;  ;  ;  ;  ;    Difunden, a la vez,
El chasquido de bronce de sus alas,
Barriendo el agua para hallar sostén.

Entretanto, redobla el aguacero,
;  ;  ;  ;  ;  ;    Y hasta el rayo cruel,
Al herir la llanura a latigazos,
¡Parece que la hiere por su bien!

Llovió mucho, muchísimo, y al cabo
;  ;  ;  ;  ;  ;    Volvió el sol a verter
Su luz sobre las charcas y lagunas,
Que en tersa plata relucir se ven.

Irradiaba el ombú luces metálicas
;  ;  ;  ;  ;  ;    De la copa hasta el pie,
Y volaron al campo los horneros
Batiendo el ala con vivaz placer.

                        IV

El anhelo; el afán que los domina,
;  ;  ;  ;  ;  ;    ¡Quién pudiera decir!
¡Quién pintar de sus baños, en los charcos,
El veloz aleteo, el frenesí!

¡Y sus cantos vibrantes, repetidos
;  ;  ;  ;  ;  ;    Que resuenan al fin,
Cual si niños, robustos y felices
Se echaran como locos a reír!

Dan principio después a la tarea
;  ;  ;  ;  ;  ;    Con ansiedad febril,
A la dulce tarea de ir alzando
Los recios muros de un hogar feliz.

Van y vienen, trayendo entre sus picos
;  ;  ;  ;  ;  ;    Ora paja, ora crin,
Que amasada con barro, en un cemento
Mejor que el portland se convierte allí.

Luego suelen un poste, una cumbrera,
;  ;  ;  ;  ;  ;    Un árbol elegir
Para alzar el palacio, cuyos planos
Saben ya de memoria porque sí.

El pico, convertido en ingeniosa
;  ;  ;  ;  ;  ;    Cuchara de albañil,
Que hasta el mismo Palladio envidiaría
Si hubiera estado alguna vez aquí,

El cimiento comienzan de la fábrica
;  ;  ;  ;  ;  ;    En círculo a construir:
Una puerta, un pasillo y una alcoba...
¡Cuán poco basta para ser feliz!

Los muros, encorvándose, terminan
;  ;  ;  ;  ;  ;    En bóveda gentil,
Y ni lluvias alcanzan ni huracanes
El flamante palacio a destruir.

Poco tiempo después, ambos esposos
;  ;  ;  ;  ;  ;    Dan caza al aguacil,
A la abeja, a la oruga, y en la alcoba
Se oye un grato incesante rebullir.

Al ceñirse una aurora del estío
;  ;  ;  ;  ;  ;    Su nimbo carmesí,
Vio a la puerta agrupados los polluelos,
Y a sus padres, llamarlos a vivir;

Luego, abiertas las alas inseguras
;  ;  ;  ;  ;  ;    Bajo el cielo turquí,
Arrojarse a los campos de la patria
La familia inmortal del albañil.

                        V

¡Ah, cuán triste, Felicia, es ver que todo
;  ;  ;  ;  ;  ;    Lo argentino se va!
¡La antigua sencillez de la familia!
¡La sombra de la casa paternal

¡Que la fe de los héroes y las madres
;  ;  ;  ;  ;  ;    Apagándose está!
¡Que no irán nuestros hijos desgraciados
De nuestros templos al divino altar!

¡Que todo cuanto existe, cuanto amamos
;  ;  ;  ;  ;  ;    Mañana olvidarán,
Porque es ley antipática del hombre
Echar por tierra lo que adora más!

Con el rancho argentino, los ombúes
;  ;  ;  ;  ;  ;    Van cayendo, en verdad,
Y polvo vendrá a ser cuanto recuerda
Nuestra antigua grandeza nacional;

¡Mas, por siempre, la choza del hornero
;  ;  ;  ;  ;  ;    En símbolo será
El rancho de la raza vencedora
De Salta y San Lorenzo y Tucumánl

Eres madre, Felicia, y eres nieta
;  ;  ;  ;  ;  ;    De un patriota inmortal...
¡Dios bendiga a tus hijos! ¡Dios los llene
De las virtudes del paterno hogar!

autógrafo

Rafael Obligado


Rafael Obligado

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