VARIACIÓN XII
CIVITAS DEI
1
¡Qué hermosa es la ciudad, oh Contemplado,
que eriges a la vista!
Capital de los ocios, rodeada
de espumas fronterizas,
en las torres celestes atalayan
blancas nubes vigías.
Flotante sobre el agua, hecha y deshecha
por luces sucesivas,
los que la sombra alcázares derrumba
el alba resucita.
Su riqueza es la luz, la sin moneda,
la que nunca termina,
la que después de darse un día entero
amanece más rica.
Todo en ella son canjes —ola y nube,
horizonte y orilla—,
bellezas que se cambian, inocentes
de la mercadería.
Por tu hermosura, sin mancharla nunca
resbala la codicia,
la que mueve el contrato, nunca el aire
en las velas henchidas,
hacia la gran ciudad de los negocios,
la ciudad enemiga.
2
No hay nadie, allí, que mire; están los ojos
a sueldo, en oficinas.
Vacío abajo corren ascensores,
corren vacío arriba,
transportan a fantasmas impacientes:
la nada tiene prisa.
Si se aprieta un botón se aclara el mundo,
la duda se disipa.
Instantánea es la aurora; ya no pierde
en fiestas nacarinas,
en rosas, en albores, en celajes,
el tiempo que perdía.
Aquel aire infinito lo han contado;
números se respiran
El tiempo ya no es tiempo, el tiempo es oro,
florecen compañías
para vender a plazos los veranos,
las horas y los días.
Luchan las cantidades con los pájaros,
los nombres con las cifras:
trescientos, mil, seiscientos, veinticuatro,
Julieta, Laura, Elisa.
Lo exacto triunfa de lo incalculable,
las palabras vencidas
se van al campo santo y en las lápidas
esperan elegías.
¡Clarísimo el futuro, ya aritmético,
mañana sin neblinas!
Expulsan el azar y sus misterios
astrales estadísticas.
Lo que el sueño no dio lo dará el cálculo;
unos novios perfilan
presupuestos en tardes otoñales:
el coste de su dicha.
Sin alas, silenciosas por los aires,
van aves ligerísimas,
eléctricas bandadas agoreras,
cantoras de noticias,
que desdeñan las frondas verdecientes
y en las radios anidan.
A su paso se mueren —ya no vuelven—
oscuras golondrinas.
Dos amantes se matan por un hilo
—ruptura a dos mil millas—;
sin que pueda salvarle una morada
un amor agoniza,
y Iludiéndose el teléfono en el pecho
la enamorada expira.
Los maniquíes su lección ofrecen,
moral desde vitrinas:
ni sufrir ni gozar, ni bien ni mal,
perfección de la línea.
Para ser tan felices las doncellas
poco a poco se quitan
viejos estorbos, vagos corazones
que apenas si latían.
Hay en las calles bocas que conducen
a cuevas oscurísimas:
allí no sufre nadie; sombras bellas
gráciles se deslizan,
sin carne en que el dolor pueda dolerles,
de sonrisa a sonrisa.
Entre besos y escenas de colores
corriendo va la intriga.
Acaba en un jardín, al fondo rosas
de trapo sin espinas.
Se descubren las gentes asombradas
su sueño: es la película,
vivir en un edén de cartón piedra,
ser criaturas lisas.
Hermosura posible entre tinieblas
con las luces se esquiva.
La yerba de los cines está llena
de esperanzas marchitas.
Hay en los bares manos que se afanan
buscando la alegría,
y prenden por el talle a sus parejas,
o a copas cristalinas.
Mezclado azul con rojo, verde y blanco,
fáciles alquimistas
ofrecen breves dosis de retorno
a ilusiones perdidas.
Lo que la orquesta toca y ellos bailan,
son todo tentativas
de salir sin salir del embolismo
que no tiene salida.
Mueve un ventilador aspas furiosas
y deshoja una Biblia.
Por el aire revuelan gemebundas
voces apocalípticas,
y rozan a las frentes pecadoras
alas de profecías.
La mejor bailarina, Magdalena,
se pone de rodillas.
Corren las ambulancias, con heridos
de muerte sin heridas.
En Wall Street banqueros puritanos
las escrituras firman
para comprar al río los reflejos
del cielo que está arriba.
3
Un hombre hay que se escapa, por milagro,
de tantas agonías.
No hace nada, no es nada, es Charlie Chaplin,
es este que te mira;
somos muchos, yo solo, centenares
las almas fugitivas
de Henry Ford, de Taylor, de la técnica,
los que nada fabrican
y emplean en las nubes vagabundas
ojos que no se alquilan.
No escucharán anuncios de la radio;
atienden la doctrina
que tú has ido pensando en tus profundos,
la que sale a tu orilla,
ola tras ola, espuma tras espuma,
y se entra por los ojos toda luz,
y ya nunca se olvida.
Pedro Salinas