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LA RESIGNADA
¡Si tú misma no sabes
que no te has acabado!
Cruzas las manos blancas,
te callas las venas,
cierras los ojos,
no te mueves, de miedo
a estar ya cara al cielo,
delgadas tablas entre
la tierra y tú.
Te resignaste ya
a la enorme sospecha:
se acabó.
¡Qué sumisión a esa
muerte
que tú crees aquí!
Pero que está tan lejos,
tan lejos, yo lo veo.
Sueño, sí, no la muerte.
La señal más segura
es que no estarás sola
como los muertos cuando
abras los ojos. (Sola
ya detrás del gran mundo).
No.
Al abrirlos verás
que estaba yo a tu lado,
esperando, y por eso,
por estar yo esperando,
nada más que por eso
—no por el sol y el año,
y lo azul y las huellas—,
no será muerte, no.
Sueño, sí, con su aurora.
Pedro Salinas, 1931