SILENCIOS A LA ESPALDA
Doy la postre mirada
—ovario de abandonos,
escafandra de olvidos—
a la celda en que estuve prisionero
antes de retornar al aire libre.
Pero ahí no se quedan las paredes.
Sus ojeras de huérfanos caballos
irán siempre conmigo
madurando silencios.
Fueron mis camaradas,
baluartes de huracanes,
a los que di pedazos de mí mismo
para que no agrietasen ni rindiesen
mi techo de abrumados pensamientos.
¡Oh los muros, los muros!
Apenas caminar, ya se levantan.
Pedro García Cabrera