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ELEGÍA DEL MIJO

A Alfonso Armas Ayala

Yo soy el trotamundos de una noche
que no encuentra su día.
Un atleta insurgente
que se cayó de bruces
en esta mesa puesta
donde mis compañeros no pueden ayudarme
a proseguir la ruta.
Vienen corriendo mis zancadas
desde la prehistoria,
del tiempo en que las flechas
cazaban el relámpago
y no se cotizaban todavía
las infantiles hecatombes.
Todo para que lloren los tobillos
de mi torcida oscuridad, ya inútil
el gamo de la sangre
para entregar la antorcha del relevo
a los talones de las claridades.

Ha visto muchas veces mi experiencia
atrapado el cachorro de la vida
en las fauces del hambre
cuando las plagas se ensañaban
en no dejarme levantar cabeza.
Pero jamás he visto tanta orgía
de hieles como ahora,
la destrucción de tanta transparencia,
aun teniéndome al lado,
listos para el consumo mis graneros.
Uno no sabe nunca cuando acabe
tanto mundo al revés.

No demando su duelo a los oasis
poniendo a media asta sus palmeras,
ni que el fuego despójese de llamas,
ni toda fuente se convierta en nube,
ni que la luz se corte los cabellos.
Si una huelga total de soledades
en la que se oiga solamente un nombre
apretado a los brazos del recuerdo,
el nombre de aquel niño en que estuvimos,
la voz a reacción de nuestra infancia,
la ola del juguete que dio rumbo
al golpe de timón que ahora somos.

Y a mis tinieblas vuelvo,
al tiempo en que soñaban las cavernas
las mieles de un futuro paraíso.
Aquí quedo, en el podio de la muerte,
ídolo con olor a multitudes
que, aun poniéndose en pie sobre sus tumbas,
no llegan a tocarme con las manos.
Sí, a mis tinieblas vuelvo,
cogido en este cepo de abundancia.

autógrafo

Pedro García Cabrera


«Elegías muertas de hambre» (1975)

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