ELEGÍA DE LA JUDÍA
A Danielle Sotto
Y para qué mi traje de enfermera
si soy ingravidez
de astronauta en la Luna.
Para qué mi belleza
de Venus mutilada
si mi estéril regazo
no puede dar a luz más que la nieve,
los canutos de nieve de la muerte.
Miradme desangrada en mi blancura,
madre a la que condenan que sus hijos
sean divisas de un tesoro helado.
Con la vida aplazada
a muchos grados bajo cero,
conejillo hibernético,
ojos de estatua,
leo el texto vacío
de un corazón sin nadie.
Pero el hambre del hombre
no es para congelar,
sería glaciación sin precedentes
en los anales del planeta.
Todo me lo han quitado:
mi bondad de aspirina,
mi sonrisa de menta.
Sólo un lingote de mutismo,
un ovario de ventisquero
duermen ahora en mí.
Oh colmillos montados al desgaire,
rayos de sol descalzos en las cunas del frío,
ya nunca más podré
escayolar sus rotas alegrías,
auscultar el tam tam de
las escarchas
en su piel de tambores golpeados,
arponear los globos en que sube
el simún de la fiebre,
tantos y tantos traumas de las noches
que pudren claridades.
Ni siquiera las gráficas,
el espejo en que miro
las pestañas
de la desolación.
Ved qué lejana estoy, qué remotísima
de volver a nacer
y tocar nuevamente mis dinteles.
Cuántos largometrajes de pasillos
para llegar al fin,
salir a zonas libres
entrando en vuestras bocas de la mano.
Mientras,
volviéndome la espalda,
bosques y mares siguen dando vueltas
alrededor de mi lágrima de hielo.
Pedro García Cabrera