Hoy vengo a ti a buscar la dula de alegría
en que relampaguean tus espumas,
oh vaticinadora de tiempos de esperanza.
Leo las manos de tus olas. Venas innumerables
de rutas presentidas
no asilan ya demencias de crepúsculo,
sanatorios de ideas mutiladas
ni hecatombes de árboles heridos.
Y ni el hombre es dolor de golpe bajo
ni estridencia de hambre,
ni es el llanto
la moneda corriente
con que pagas el aire que respiras
y la luz de los ojos que te aman.
Y ni odio hipoteca los caminos
ni se asoma la sangre
de vergüenza a tu rostro.
Ya no son los hogares las islas de la mar,
islas a solas defendiendo mendrugos,
escafandras de sed,
rocas sin playas.
Ya los brazos en alto no claman injusticias,
son sólo libertad
que ondea el sol de todos.
Hombres, niños, mujeres,
barrancos y poblados
en la orilla esperaban.
Era la barca un sol y ya era noche.
Perdida, perdida a todas luces,
irremediablemente naufragada.
No se sabía el nombre
de los que en ella iban.
Verde la proa, la sentían suya.
Libertad se llamaba.
(1966)
Pedro García Cabrera