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A Carlos Pinto Grote

El tiempo de la mar
es otro tiempo:
ni río ni corcel.
No es el tiempo que muerde
llevándose consigo
en fila india
a todo lo que nace.
En la mar no transcurre
sino hierve y se basta;
no acontece
ni se abre camino;
vivaquea,
está hecho un ovillo,
ni viene ni se va,
permanece en su fiel.
Pueden medir mareas,
tasar distancias,
ponerle dientes de reloj.
Todo eso le es ajeno,
no es el tiempo
en que la mar se entraña.
A ella le ha brotado desde el fondo,
no lo lleva en el aire
igual que una gaviota
lo ha convertido en ritmo:
toda la mar es él.
Pero tiene sus límites
y de pies a cabeza
es tiempo de una vez.
Una concha en la arena
está conclusa
y las olas son siempre,
son sin atardecer.
En la tierra es cuchillo,
se hinca en cada instante,
avasalla, asesina,
es un tiempo de sed.
Pero en la mar no hay ruinas,
no envejece la espuma
ni marchita su cara,
es un instinto
que en el agua hizo pie.
El tiempo de la mar
no es conciencia de nadie,
es nada más que un siempre.
Tiempo no condenado
a vivir de esperanzas,
tiempo de creación
sin antes ni después.

(1964)

autógrafo

Pedro García Cabrera


«Las islas en que vivo» (1971)

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