EL TANQUE
Helo aquí, verde lejano,
pastoreando en la cumbre
la gorda res del silencio,
los volcanes y las nubes.
Nace en el filo de un lomo
y a lo más difícil sube
como si fuera a ordeñar
repletos cielos azules.
Es atleta montañero,
un pueblo que aún no sufre
encrucijadas de asfalto
ni peso de muchedumbre.
Del viento aprendió a ser libre
con esos imanes que unen
la sonrisa a los colores
y el tomillo a su perfume.
Desde el vientre de la altura
vacía el volcán sus ubres
dando suelta a las balizas
andariegas de la lumbre.
Pero El Tanque no se mueve
ni de sus fogones huye
que quien lucha a rajatabla
ya ha adquirido la costumbre
de tutear la amenaza
de las fuerzas que destruyen.
Ni siquiera dice adiós
al mal inspirado numen
del fuego que, descendiendo
hasta la ribera, funde
la libertad de la piedra
en lava de servidumbre.
Y aunque el buey de los crepúsculos
hierbas de silencio rumie
y se acuesten las esquilas
y las penas se desnuden,
la angustia no echa raíces
como en el alma de un túnel,
que los pastos, aún dormidos,
dejan sus tallos inmunes
de oscuridad, trasminando
un sueño de verdes luces.
Aún con las puertas cerradas
todo en la altura discurre
para que canten los gallos
y las auroras madrugen.
Éste es El Tanque, lozana
atalaya de la cumbre,
pastoreando las reses
de la soledad en las nubes.
Pedro García Cabrera