LOS SILOS
Sin detenerse un instante
la isla baja continúa
y en Los Silos se recrea
cambiando de vestidura.
De punta en blanco, a gran tren,
tan largo como una grúa,
es un camino de mesa
en el fiel de la blancura.
La espalda del platanal
vertebra en esta columna
de fachadas y de aceras
que no se doblega nunca.
Es deportiva la flecha
en que encarna su figura.
Tiene trazo de conciencia
y vigor de catapulta.
Elásticos maratones
por las venas le circulan
acelerando hasta el fondo
las metas de su aventura.
En esta geografía
no se aclimatan las curvas;
usan bastón y corbata,
no arco iris y herraduras.
Las plataneras se adueñan
del pueblo de punta a punta
y apretándose en manadas
levantan sus verdes grupas
como acericos que esperan
alfilerazos de lluvia.
No son castillos cerrados
los roques que lo circundan:
tienen radar en la oreja,
abren sus vallas y escuchan
como la pena y el llanto
celebran también sus nupcias
y como no son las lágrimas,
entre flores, menos duras.
A veces son rebeldía
estas montañas adustas
y su traza guerrillera
viste, para la aventura,
barrancos en banderola
y sombreretes de bruma.
Pero el pueblo sigue abajo
sin abandonar su ruta
ni querer crucificarse
en calvarios de amargura.
En su juventud se ayala,
con el trabajo se ayunta,
sus amores tractoriza
y se convierten en fruta.
Que arrojen piedras si pueden
los que estén limpios de culpa.
Arriba, en Tierra del Trigo,
dejo un nombre en la penumbra,
sobrio como un epitafio,
cordial como la ternura.
Él me enseñó con el pico
a trabajar en las dunas.
Era de aquí, de esta luz
que siempre baja tan pulcra
con peineta y con mantilla.
De aquí era, de esta cuna
del aire, que canta nanas
y las macetas arrulla.
De estos colores que giran
cotn los trompos de música
y dicen, dicen Los Silos
y, sólo esta voz pronuncian.
Que maduren las campanas
y que repiquen las uvas.
Vamos a tirar cohetes
que lleguen hasta la luna.
Pedro García Cabrera