LA ESPERANZA
Tengan cuidado, señores,
que estamos en La Esperanza
y aquí los caminos van
a donde les da la gana.
Que si al norte, que si al sur,
que a la mar, que a la montaña,
que si a muros, que si a olvidos,
que a los perros, que a la nada.
Jamás te dicen su fin,
caminan vueltos de espalda.
Son caminos de veletas,
un laberinto que anda;
ni te llevan ni te traen,
te dejan en la estacada.
Tus pasos pueden seguirlos,
pero nunca tu mirada;
dan más zig-zag que conejos
burlando tiros de caza.
Por eso alguna trocha puedes
llegar a tu propia infancia
abriendo el arco de punto
de las góticas castañas.
Ver a la mamá Aguedita,
la escuela, con su fachada
triste, y el bosque que ha entrado
como un señor en la plaza
mirando jugar el viento
con la tierra colorada.
Pongan cuidado, no pierdan
esta emoción de cucaña
que en lo alto de los pinos
prodiga sus espadañas.
Cuidado, tengan cuidado,
que aquí se cae o resbala
en el barro y en las piedras
que humedece la nostalgia.
Caminos que nos caminan,
veredas que nos alcanzan,
qué lejos vamos, qué lejos
sin mesón y sin posada.
No sigan, párense aquí
y remójense la barba,
que estos caminos verdinos
me están mordiendo en el alma.
Pedro García Cabrera