GRANITOS DE ARENA
IX
Allá por los remotos ventanales
donde el calor eclipsa la mirada,
donde la arena hierve sus tortugas,
donde todo es volcán, simún y lava,
allá, en la lejanía, el espejismo
sus espectros acuáticos levanta.
Prestímano modelo, siempre escondes
en el sagrario que tu pecho inflama
un vivero de frescas apariencias
que siembras a voleo entre tus ascuas.
Tu desnudez subida hasta los hombros,
de los jarrones de tu sed, te sacas
lagunas que bordean sus ribazos
con vibrátiles juncos y pestañas;
arroyos de cristal que piensan nieves
en la frente de luz de la distancia;
poblados cenicientos que se inclinan
sobre el loto plomizo de las aguas;
largas colas de nardos y azahares
que por el llano su canción arrastran;
lacustres caseríos que se hunden
en un cauce sutil de rosas blancas;
y ríos, y meandros, y pantanos,
imágenes ardientes de tus lágrimas,
que en un jadeo envuelto de calina
lloran calenturientas en tu cara.
Lloran por tu subsuelo de horas idas,
por tus conchas de amor petrificadas,
por el acerbo cántaro latente
de penumbras que fueron lunas claras
y por el silbo muerto de las sales
que te recorre con su onda amarga
tu noche de sepulcro, tu tristeza,
tu osamenta de células calcáreas,
oxidados los muelles de la sangre
en tu rígida perla funeraria.
Una isla sin puertos que murmuren,
sin abrigos, bahías ni ensenadas,
túmulo soterrado, impenetrable,
donde el recuerdo de la mar se guarda,
se tendió junto a ti, duerme contigo,
oyéndose el sollozo que te escarcha.
Que el ángel de la paz y el del silencio
te cubran con la somba de sus alas.
Pedro García Cabrera