GRANITOS DE ARENA
V
Dormido, sí, dormido en tu regazo,
con todos los instintos vigilantes.
Las feroces jaurías del silencio
alambran el cordón de tus umbrales
y la muerte protege el laberinto
de tus empedernidas soledades.
Como en un gran abrazo de ternura,
contra ti mismo, su perfil deshace
y cría paternal los horizontes
que luego de tus ámbitos se evaden.
Sumidos en la cala del reposo,
los glóbulos dorados de tu sangre
trillarán sus latidos por las sienes
de la lente cegada de tu estanque.
Pero tu oreja permanece atenta
como una concha que se oyera el aire
de los viejos recuerdos que murmuran
en el pulido cuello de sus nácares.
Y estás entre dos polos adversarios,
en el istmo neutral, equidistante
del ímpetu que asciende y se desfleca
y del 1echo caído en el que yaces.
Ni indecisión ni duda. Vas al vuelo
aunque aún te asegures los amarres
a tu hangar de meseta esclavizada,
a la ciega pupila de tu cauce.
Dormido, sí, dormido en tus confines;
soñando que un galápago gigante
aletea en el sol de la llanura
hacia cumbres y cimas de cristales.
Pedro García Cabrera