LA HERNIA DE LA DERROTA
Las cuerdas de una guitarra
me rasguean en el pecho
barrotes crucificados
sobre colinas de hielo.
En una larga sonata
que me llueve sangre adentro
torvos reptiles de sombra
y limaduras de hierro.
Están en ellas tremando
escalofríos y miedos,
órbitas y pulsaciones
de amores que ya se han muerto
y retoños de esperanzas
a mis cenizas injertos.
Una mano me deshoja
de allá, de mares muy lejos,
no sé si espinas, caricias
o la V de sus dedos.
En mi dolor sincopado
de garras, ternura y duelo,
la incertidumbre derrama
su cubilete de insectos.
Velámenes de temores
y timoneles suspensos
cruzan su enigma de brazos
en la espera de mis puertos.
Y en estas vivas tinieblas
me están sin pausa doliendo
los racimos que maduran
las savias de los afectos,
y los latidos del hambre,
y el más leve movimiento
de puñal en la penumbra
confusa de los recelos.
Me punzan, me desazonan
tantos aguajes guerreros,
tantos paraísos rotos,
tantas moradas de fuego.
El aire de la derrota
en cada quisque es un gesto
que acantila el egoísmo
de vender el pensamiento,
los cariños más azules
y las brújulas del beso.
Hasta por tomar el sol
se quiere cobrar dinero.
Y una guitarra prosigue
rasgueándome en silencio
barrotes crucificados
bajo la piedra del cielo.
Te juro, bala de plomo,
que en ti sólo está lo cierto.
Mas no saldrán, no saldrán
mis sándalos a tu encuentro.
Me estoy buscando un paisaje
con una corza durmiendo.
Pedro García Cabrera