GRÁFICA DE UN HERIDO
Un oscuro rumor de crisantemos
entreabre las puertas y ventanas del día
y anuncia un florecer de músculos y margaritas de hojalata.
Pero nunca se supo cuando las doncellas del aire pisaban arcoíris,
ni en qué avidez de un madrugar de mares trabajaban inválidos,
ni dónde hilan las golondrinas la cinta de su vuelo y noche aguda.
De esos desconocidos parajes sin meridianos,
por rutas que ignoran las desvoladas piedras de luz de los mochuelos,
llegó con paso leve ese plomo que clava un pájaro herido
en mi brazo enajenado.
Todo soplo que haga girar las veletas medio izadas de rubio vino,
toda la vocinglería que un estanque despierta si se le ahoga un niño,
la presa que por los arbustos se barrunta un anillo de dientes,
el tornasol de una sábana que cuenta sus imágenes a la sal y la nieve
y tus senos con sangre de verdades y elásticas mentiras,
todo esto que una ambulancia descorazona a 60 kilómetros por lamento,
se halla ahora en un lecho de hospital
bajo el cuido de un castillo árabe en un alto de fiebre y de roca.
Y suben cuarzos ardientes por la gráfica que se afila como un lapicero,
lágrimas que ruedan por sus contrafuertes despoblados,
medias lunas que añoran el desierto,
pestañas de almenas encendidas en los picachos de un abejón de hielo.
El agua y la palmera brotan de la frescura de una mano en la frente
sobre alfombras de ascuas.
Y a este viejo castillo que merodea por mi calentura
le amputarán mi brazo en sus ruinas
transportadas a tus jardines que me piensan entero.
Y yo seré una estatua
y tú serás el río que la mira bajar por la corriente.
Pedro García Cabrera