CIUDAD DE RETAGUARDIA
A medida que los escaparates de las calles,
aturdidos por colas y uniformes,
se calan impertinentes de papel de seda
por temor a que los roncos azules de los bombardeos
cuarteen de arrugas de mercurio su tez de arroyo erguido,
tú te ahondas
como un pozo que se buscase el pie sombrío con el umbral de su pupila
y te alargas
en las violentas luces rampantes de tus reacciones solares,
y te trasmites
en ondas de simún con garras de tostadas arenas
y me injertas en yema y en punta
tu lengua de bizcocho borracho y de puñal.
Ya no sé si es la guerra esos trenes que llegan a deshora,
y esos relojes en huelga de campanadas,
y esos campos con nidos de ametralladoras que empollan cancioneros de plomo,
y esas veletas que mueven el aire de mi rebeldía
o es esta ausencia de cabellos,
y esta cornamusa que me aúlla mares, sangres y lejanías,
y este zodiaco que me constela la baraja de tus plásticos divagares
o estos hombres que se acordilleran
queriendo continuarse en melenas de leones.
No sé. Con un otoño de islas invernadas en el pecho,
con quemaduras de tercer grado en ambas piernas,
con desaliento de brújula que confunde los puntos cardinales,
necesito de otros ojos que no sean los míos
para distinguir tus miméticas radiaciones
del universo de la pólvora,
cuando llegan tus hachas
a romperme al armoniun de brisas interiores
que agitan las iniciales abrazadas en los árboles de mis huesos,
bien se amanezcan de trinos,
duerman siestas de lluvia
o se acuesten desnudas de colores en el anillo de tus dedos.
Pedro García Cabrera