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Rompiendo los cristales de mis ojos
entraste al asalto en mis ausencias.
Caracol de suspiros y de alas,
me fuiste caminando gota a gota
los delgados senderos interiores.
¡Qué anegado desorden! ¡Cuántas puertas
abren a tu evasión mis laberintos!
Y tú rodando siempre a contratiempo,
sin oírme, de espaldas a las horas,
ceñido a mis castillos en el aire.
Y así estoy, en el atrio de mi cuerpo,
velando tus vigilias espectrales,
de pie en un mundo de palabras huecas,
más tuyo ya que el rostro de una fuente.
Pedro García Cabrera