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Movió la estrella su testuz.
Duro cristal en marcha
nutrió la lejanía. Aluvión
invisible —sueño de espacio entero—.
Y anduvo —envidia de caballos de caña—,
coronel desbocado.
Mas no se supo su sinfín preciso.
De no se sabe dónde, retorna,
lebrel envejecido.
Se aprieta a mi balcón y se lamina
su senectud de joven marinero.
Se arquea, salta, aúlla,
desvelado.
Y le apago la luz para que duerma.
Pedro García Cabrera