El lapso compartido
Penetradas en la firme hondonada tierra: mis raíces,
a través de ellas la savia escala el fuste: mi sustento,
desde ellas me atrapo sin miedo a desprenderme, ni a la huida.
Mis hojas sintientes, conectadas, halagan lo que dices.
Si te abrazo desnuda mis ramas tocan el firmamento,
en tu recuerdo, árbol; ya nunca más existiré abatida.
Tu fruto huele a flores frescas de verano.... a lirio,
a manzanilla..., a compartidas risas, a tardes magas,
a impulso pendenciero, a esencias, a miel; a caramelo.
Y vuelves de nuevo a derramar el frasco del delirio,
me rocías con la esencia mordedora; me embriagas
en las noches blancas dilatadas de tacto terciopelo.
Las células cálidas y hambrientas se enhebrarán felices.
El néctar: remolino fugaz de este acercamiento;
muere en un brutal tornado celebrando la acogida.
Las semillas me permiten tatuar sueños en sus hélices,
esos, que el éter del brote fresco enreda en filamento
y quién sabe si, quizás de nuevo, las conectará la Vida.
El almibarado sérum serena las mañanas en pereza,
el recuerdo en clave le confiere aroma y amor a mar salado,
que atraído entre las sábanas nos ha dejado extasiados.
Despierto, y aún, aferrado cual resina a mi corteza,
renace el perfume incienso del lapso compartido,
y el sabor a musgo, tu sonido, mis susurros... los gemidos.
Yolanda Gutiérrez Martínez