CARTA ÍNTIMA DE SANCHO A DULCINEA
Eres, vestida de luz, y cera, y férrea postura de cirio...
A tu forma,
¡Eres tan feliz en tu inconsciencia!
Y sin embargo yo, mirándote,
no consigo más que hilvanar el horizonte,
apresurar mi respiración
hasta cubrir de armonía mi envidia
y subirme...
bajarme...
paladear de nuevo el intermedio.
Hoy te rezo porque aprendo a creer,
y mi vigilia y oraciones,
incluso mi postramiento ante tu imagen
—mero animal domesticable—
son inútiles de redimir.
Por eso,
ante esos ojos asentados en los míos,
tan limpios como un dedal de fría muerte,
reconozco lejano el sentido de la vida,
me atravieso el amor en la garganta
y camino, enjugando cada paso
a favor del amigo y renqueante amo.
Mi querida,
aún nos queda una opción mundana:
reconocer la esencia entre no sé que cosas nuestras,
abastecer, deshacernos del criterio
y resolvernos entre todos hasta la metamorfosis.
Rafael Saravia