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HISTORIA DE LOS TRES SABIOS Y EL GENTIL

Así la soñó
Ramón Llull, hace siete siglos

Son los custodios de la más valiosa joya. Para llevar al mundo la alegría de compartirla, han viajado durante siete siglos; el cristiano, desde Mallorca; el judío y el musulmán, desde Córdoba, tras prometer encontrarse al regreso. Llull, Maimónides y Averroes se abrazan con cariño. Su amistad ha sobrevivido a los decretos de expulsión, a la toma de Granada, a las Cruzadas, a los ataques a Gaza y Cisjordania, a los campos de exterminio nazis, a la guerra del Golfo, al asedio despiadado contra Zarajevo. Llull ha peregrinado por extrañas tierras, parece cansado. Los cordobeses comprenden su fatiga: también la sienten. El judío ha luchado contra la incertidumbre humana. El musulmán la ha sembrado, a pesar suyo. Habla al fin Maimónides:

— Mi saber es el más antiguo, y me obliga a hablar el primero. Ya que el objeto de nuestros viajes ha sido mostrar la joya a nuestros hermanos, transmitirles la alegría que irradia, os propongo contar qué han visto en ella amigos y enemigos, para que a los tres nos sirva de ayuda la experiencia de cada uno.

— Comienza entonces—asienten los otros.

— He llevado siempre la joya sobre mi pecho, sin que malhechor alguno se atreviese a arrebatarla. Todos la han visto: los amigos, como un escudo luminoso, en forma de estrella de seis puntas, forjada en oro de Ofir; los enemigos, como el fruto de mi avaricia y mi maldad.

Llull toma la palabra:

— ¡He recorrido tantos pueblos! Pero mi suerte no ha sido mejor. Los amigos la han visto como un rubí, nacido de la más preciosa sangre que el amor ha vertido. Los enemigos, como el despojo arrancado a las víctimas inocentes de un poder arrogante y despiadado.

Las frases de Averroes tienen el color de la tristeza:

— He mostrado la joya con los más amables gestos. Unos se han negado a mirarla. Otros han pensado sólo en su alto precio. Con todo, algunos han accedido a examinarla atentamente. Los amigos han visto en ella una esmeralda engastada en la misma luna, cuando su fuerza crece y evoca la esperanza y el florecer de la vida. Los enemigos como un demonio tentador y falso, que vuelve al hombre fanático y traidor.

Deciden entonces seguir juntos el camino emprendido frente a la zarza en llamas, meditando en silencio.

Lejos de allí, un hombre cansado se sienta al borde del camino. Piensa en su vida, avanzada ya, y en la Gran extinción que se avecina. ¿A dónde irán los largos años de estudio, la afición por las ciencias y las artes, el esfuerzo por el bien, y los errores? ¿qué sentido tiene una vida condenada a disolverse en el vacío, sus muchos dolores y sus contadas alegrías?

Así discurre el hijo de la posmodernidad, como hace siete siglos discurría otro gentil. Nada sabe de Eternidad ni de Amor, más allá del frágil e inseguro vínculo entre los seres humanos, acaso ilusorio.

Los tres sabios han llegado hasta donde el hombre permanece, sin esperar nada ni a nadie, y han escuchado su dolor, su vacío nacido del escepticismo. Les basta una mirada para comprenderse mutuamente: deben hablarle, como hace siete siglos al otro gentil. Por orden de antigüedad pronuncian su discurso y su oración de amor: el judío, sobre la Inconmovible Roca y Fortaleza que dividió en dos al Mar Rojo. El cristiano, sobre la Vida que en la Resurrección vence a la muerte. El musulmán, sobre la Misericordia y la Clemencia infinitas del Unico. Y al concluir, le observan, esperando sus palabras.

El hombre los contempla entre asombrado e irónico, y al fin pregunta:

— ¿No érais los peores enemigos? ¿No perdí los deseos de escuchar vuestras doctrinas después de conocer cómo vuestros hermanos de fe se matan, calumnian y condenan unos a otros?

Los tres sabios están ahora tristes:
— ¿Qué decirte, hermano? Es el mundo. Frente a él, sólo nos queda amar. Y te amamos.
— ¿Qué motivo tendríais para amarme a mí, un desconocido?

— Esta joya, que te ofrecemos.

El gentil la ha tomado en sus manos, la contempla, y su mirada se pierde en una dimensión inusitada.

— ¿Qué ves?

— Nada con los ojos del cuerpo. Pero recibo de ella algo que desconocía: la paz. Y una gran dulzura me llena.

— ¿Qué más podemos hacer por ti?

— Permitidme marchar con vosotros.

— Respóndenos antes: si no has podido verla con tus ojos, ¿qué has hallado en la joya? ¿la sabiduría? ¿la nada? ¿la reconciliación con tu pasado y tu futuro?

El hombre, como antaño, se ha quedado pensativo.

Así lo cuentan de nuevo, siete siglos después, los tres sabios. Hoy viajan junto al gentil, que siente llegar a su vida el bendito absurdo del Amor.

Lourdes Rensoli


«Diwán del claroscuro» (1995)

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