REIVINDICACIÓN DEL SENTIMIENTO
¡Tardes de los domingos de invierno,
cuando todos se han ido!
J.R. Jiménez
Lo que tú ya no esperas,
las tardes bajas de los domingos,
los estorninos rayando a gritos el poniente,
las rosas que en la casa te ofrecen
el aire terso y solo del patinillo,
no está escrito en el vidrio empañado de tu corazón.
El tiempo lleva la luz sesgada de la lluvia o la nieve.
Un relámpago advierte a tu sinrazón
y allí sólo aparecen las sombras del olvido:
tu mirada redonda, tu alunada ilusión,
las nubes de algún día, el tornasol de plata
de viejos pensamientos.
Ahora que ya no tienes alma y es el ayer
la cifra para encender un nombre, la mínima
fracción que el recuerdo te avala en esta vida breve,
puedes reconocer lo que soñaste a la orilla del tiempo :
el patio verde bajo el sol de estío, la aspidistra callada,
el fresco susurrar de los geranios, el rumor del romero,
la penumbra y el pozo robándole monedas a la luz,
el reloj de la torre golpeando las horas de bronce en el viento,
la dulce carraca de la cigüeña desgranando instantes rojos
por el azul,
los cuerpos que despiertan de una siesta naranja,
la voz, la voz querida de aquellos sin distancia y sin duelo,
la alegría de una vida que manaba como un venero de oro
para dejar las manos polvorientas de estremecido azar.
¿Quién pone cercos vivos al cegar de la nieve?
Nada devuelve al alma su amor o soledad :
el flamear del vuelo son briznas retenidas
por el verde mirar nocturno del deseo.
Nadie distingue las sombras de su nombre
y quien espía el azar sólo escucha su llanto
en las alas del tiempo.
Y sin embargo bien puedes alegrarte de tu ilusión.
Hay una sed de encanto que apasiona el olvido,
en ella está la imagen de tu sueño, oculta,
desvelada, huyendo y conjurando tu antiguo sentimiento;
en ella has de vivir lo que canta la muerte
al oido que es yunque de su paso despierto :
un sonoro latido, un ritmo tenso, una breve pasión,
un pulsar del silencio, un herir claro y leve como el cristal,
un perenne equilibrio entre el fuego y la nieve.
Tu corazón entonces sentirá la serena razón de haber sufrido.
José Luis Reina Palazón