LA COMPRA DEL I CHING
Me quedan tres libros de poesía:
uno de Óscar Hahn,
uno de Santiago Silvester,
uno de Osvaldo Picardo.
El resto acabo de venderlos
para comprar una edición
del I Ching con tapas duras.
Es una versión que contiene
un poema de Jorge Luís Borges.
Cada tanto hago lo mismo;
vendo todo,
junto dinero
y rearmo mi biblioteca
en la búsqueda de nuevas formas.
Mi amigo me critica al respecto
pero ambos escribimos una poesía diferente
cuando me espera a cenar
con un vino tinto «Syrha — Tannat»
y yo llevo otro: «Tannat», solamente:
no son coincidencias,
como tampoco lo es el hecho
que halla vuelto de Salta
y Marta, su mujer, cocinara locro.
Por el momento
esos tres libros son suficientes
pese a que me hubiera gustado
conservar uno pequeño
de tapas azules de Álvaro de Campos
o de Fernando Pessoa; como gusten.
Esa es mi realidad.
La misma,
de la que un poeta español,
con su barba de tres días,
meses atrás se asombraba
y no lograba entender
la calidad de profesionales argentinos
con nivel europeo
pero sin presupuesto.
Yo cambiaba de canal mientras
lo escuchaba beber y conjeturar
pero no encontraba nada:
en un canal de cultura
se desarrollaba una mesa caótica
donde un especialista comentaba
los comentarios de un peruano
sobre una traducción al castellano
de un poeta inglés
que tradujo los Rubayyat de Omar Kayam,
y preferí dejar la pantalla
en el canal pornográfico,
donde estaban proyectando
«El amanecer de los muertos vivos».
Mi esposa lo desaprobó
y encontró la excusa para irse a dormir.
En ese núcleo de tiempo y espacio
decidí hacer la compra del I Ching
y sin saber por qué
respondí, o me dije a mí mismo,
—Hay que tener criterio mediático y global—
O yo no entendí a McLuhan;
que es lo más probable.
Gonzalo José Bartha