Sabía una mujer desconocida
tal vez en una esquina
una tarde
o de paso
de lejos
entre la vorágine de cualquier hora
de espaldas en una librería
leyendo contratapas
o en contramano
por una calle paralela.
Siempre creí en una mujer desconocida
en algún sitio
llamando las cosas por su nombre
o por su esencia
o su forma
como si el oficio o la poesía
fueran una palabra en común.
Como si su nombre
fuera todas las cosas.
Gabriel Impaglione