LA MIRÉ Y ME OFRECIÓ
el candor de sus pupilas
y la espesura del bosque.
Pero no vi en ella sino tristeza.
Después la blanca brisa
bajó por el río
y al heraldo de la bruma
le pregunté tu nombre.
—La recuerdo,
pero hace tanto tiempo...—
Ahora quedan
capiteles mutilados,
cal exhausta
y el aire que alberga
la descarga de los fusileros.
En la lejanía,
el humo de las bombardas
envenena la tarde.
Felipe Sérvulo