AL ALBA
Llueve, llueve sobre la plaza.
En sus lágrimas,
tu corazón abrigado de mariposas
se desploma en el cáliz sangrante
de tus cerraduras de laureles.
Caes...
Caes y lloras angustiosamente
sobre las tripas mordidas
por el aliento de un caballo desbocado.
Tu nuevo respirar
enjaeza con besos metálicos
el corsé de tu locura,
locura de dos ninfas doradas
que acomodan sus costados
en los dientes homicidas
de una pareja de lanzas desnudas.
Y,
ahogadas por su propia sangre,
pronuncian tu nombre.
Entonces,
perfumado del hedor de su muerte,
escuchas
como los labios sin luz de un olmo incandescente
escupen el espectro sin vida
de unas manos descarnadas,
escuchando sus moribundos ecos al alba.
Es al alba
cuando estallan dos besos de plata.
Es al alba
cuando la lluvia se viste de acero
y el acero se viste de sangre.
Y al alba ves dos vaporosas muchachas
en el sol
en los pétalos enlutados del mañana.
Sin embargo,
llueven, llueven lanzas sobre la plaza.
David Fernández Rivera