DILEMA DE UNA TARDE
La sala estaba iluminada y cada recodo
relucía con la intensidad de un gladiolo.
En una pared sobria y seca
colgaba el rostro enjuto de Van Gogh,
color tuberculoso, mirando a lo lejos
como quien busca dejar atrás
una realidad anclada en la desgracia.
Le pregunté al curador:
—puede explicarme cómo hubo pobreza
entre tanta riqueza de color.
Sonrió. Recuerdo que acto seguido
musitó entre dientes: —es un misterio.
Seguí mi recorrido por el museo
intrigado, porque donde el misterio ronda
la ignorancia esconde sus alas de murciélagos.
Daniel J. Montoly, 2001