LOS ALFILERES DEL AMOR
Rompiendo horizontes,
perpetuando una tradición
que nunca les dio nada,
llegaban con sus bocas transparentes
—tiernas fieras al acecho—
en busca de otra herida
que les restaure a la vida:
el castizo vudú del amor
Modistillas de escaparate,
rodeaban el lateral izquierdo
del deseo —caminata celestial—
ojos abiertos como gaviotas,
—trece lágrimas de argenta—
con la mano oculta,
aún sin mancha delatora.
Sentían frío del espacio,
la carne vacía era
su propia metáfora
y allí, jugando con espejos,
rodeadas de tanta multitud,
se bautizaban un año más
en el agua del abandono.
Si aquella fuente fue la vida
—sacrílega, cruenta, callada—
¿qué hacer aquí arrastrando
el cansancio ardiente de vivir?
¡Tanta buena esperanza!
¡Tanto humo blanco!
Y al final,
la vida es tan sólo esto:
una finísima palabra adherida
en un alfiler de sangre.
Madrid, 14 de junio de 2005
Bernardo Bersabé