EL PADRE
La niña jugaba a los castillos
De letras
con su padre
que parecía menos
enorme
a la bajura de
su hija.
Siempre había sido libre, tanto
Que abandonó una tierra de cadenas nacionalistas
de mujeres sumisas y humilladas
y de hombres obligados a cumplir con una tradición
de sometimiento y opresión por mor de una hija
no nacida y sin embargo, soñada,
como una Amaya universal, madre de una raza o,
al menos,
de una generación de hombres libres como él,
dispuestos a iluminar tantos oscurantismo
milenario.
Por eso acostumbró a
desquiciar a su mujer porque
«Floren,
la niña necesita dormir
y no esos tinglados»;
y lo hacía
levantándola de la cama a horas intempestivas,
envolviéndola en una enorme toalla azul
mientras la llevaba a ver algo en la tele
porque «esto es historia, hija
y solo que se vive no se olvida».
Y así, ante los ojos somnolientos pero curiosos de la
niña,
pasaron hombres que llegaban a la luna y
que daban pequeños pasos
para el hombre
pero grandes para
la humanidad;
hombres luchando por sus derechos en Soweto
en Los Ángeles, en Praga;
jóvenes buscando el mar
bajo los adoquines de París;
y un negro guapo y orgulloso que
«ha estado en la cárcel porque
no quiere ir a la guerra.
Es Muhammad Alí,
su nombre de esclavo era Cassius Clay
y es el más grande de todos los tiempos».
Poco más tarde a ese joven rebelde
que no quería matar en Vietnam
las masas le gritaban por las calles de Kinshasa
«Alí, bumayé», Alí mátalo…
pero el padre ya no estaba allí
para explicarle a la hija
lo esquizofrénica y paradójica que es la vida.
La embelesaba con sus historias
de marino que había surcado,
al menos, catorce mares
y enseñó a su hija a descubrir
otras aventuras,
casi tan buenas
como las suyas,
en los libros de Stevenson, de Twain,
de Melville, de Hemingway…
Un día de agosto se fue
y ya nunca más jugó la niña a construir palabras;
ya nadie la despertaba de madrugada
para ver cómo cambiaba el mundo
y qué era lo que aún había que cambiar;
ni la sentaría en su regazo para
descubrirle Ulises, Ismaeles, Helenas
Doctores Jeckyll o Sanchos Panza.
Pero había aprendido bien,
lo que se enseña con amor y en libertad
siempre lo recuerdan los alumnos. Y todavía hoy ella,
aprendiz de todo, maestra de nada,
trata de transmitírselo a «sus niños»;
a Las Sombras del Roble y del Ombú.
Arantxa Oteo
La que camina entre leones, Arantxa Oteo. LapizCero Ediciones. Madrid, 2013. ISBN 978-84-92830-81-7