BUCEANDO EN EL INFINITO
El excéntrico millonario lo raptó. El poeta encerrado
jugaba a descubrir el sol en la ostentosa pintura de las paredes de la cárcel, sus
lágrimas brillaban con el reflejo. El cuaderno y una lapicera
eran sus únicas posesiones, ni un libro, tremenda tortura.
En las páginas debía escribir todo lo que sabía
del infinito.
Escribió sobre pájaros, sobre vientos ¿Hasta
dónde llegaban sus sonidos?
¿El amor rozaba sus fronteras? ¿Existirían los
arco iris en ese sin fin?
Se expandió con su conciencia y con el universo.
Escaló montañas virtuales para observar desde la
mágica altura
la pequeñez real de la existencia.
Se sumergió en las entrañas de la tierra para viajar
junto al magma
que se desplazaba sobre la superficie,
buscando en cada partícula algún indicio del misterio.
Solo descubrió las rocas que engendraban el planeta.
El sueño era bendecido cuando su mente agotada dejaba de
pensar.
El tiempo dado para explicar lo abstracto llegaba a su fin.
Creyó estar cerca de terminar su obra cuando se
compenetró en la violencia,
en el sufrimiento de las madres ante la pérdida de sus hijos,
ante la injusticia social que veía en el mundo, sufrió
tanto que no pudo escribirlos.
El día del último encuentro llegó. El secuestrador
entró en su celda, era repugnante, su abdomen promiscuo se
adelantaba soberbio a su cuerpo.
Sus ojos eran dos huecos vacíos si no fuera que dispersaban
algunos destellos inciertos. El poeta sabía de su muerte, se
acercaba, estaba sentenciado.
Ante la pregunta si había llegado a la explicación del
infinito respondió.
Sí, pero no tengo una sola respuesta, una está en la
búsqueda que he vivido en estos días de encierro, la otra
en su ignorancia, en su triste e infinita ignorancia.
Ana María Manceda
Poema seleccionado para antología EL RÍO DEMORADO. Editorial Dunken. Buenos Aires (Argentina), 2006