Maldita sea mi sangre
que en perenne fuego
se consume,
que de la razón hace cenizas
y vuelve contra mí
los actos propios.
Fiera mirada que logra someter
mi voluntad
y lo dicho y decidido
al momento se hace el olvido,
Dedos que al rozarme
hieren cual hierro candente,
ya sufrido, ya adorado,
ya negado.
Y cuando menos pensarlo quiero,
más ardiente se hace el anhelo,
que en sus brazos y en sus labios
moriría yo entregando todo,
ahogando en sus ojos mi rencor,
enterrando en su cuerpo mi desdén.
Ana Lucía Gutiérrez Zamora Ortiz