PRELUDIO
para Erik Danielsson
I
Para romperle los párpados
necesito la frenética embestida de las bocas.
Lenguas abrazadas,
una que muerda la cicatriz de la otra. Yo recuerdo.
Nací la madrugada del Beltán entre serpientes,
pájaros, hogueras, luna en Venus.
Fui canto a la medianoche antes de sus siete horas,
fuego que muerde la madera húmeda.
—No pises las sombras.
II
Llevas un par de alas negras, abiertas sobre la frente.
Cuando la palabra es de un vino oscuro
y hay nieve en la ventana de algún cuarto silencioso
un símbolo arcano, recto bajo los labios
hace volar las voces de mis ojos a tus dedos,
cada sílaba dormida vive en mariposa muerta
y nos buscamos
porque somos tan fecundos como el polvo.
III
Sobre el estigma de la palma izquierda,
en el monte creciente, hieres mi nombre
con ese alfabeto antiguo y afilado
que sólo algunos dioses presentían: lúbrico
grafema,
morderte el cuerpo es tragar luz a centellones,
incendios, númenes, los peces de la fuga por las márgenes
y las estrellas rojas.
IV
Las serpientes caen de los cabellos,
lloran a un sol oscurecido de mayo.
Aquí no pisarás las sombras
porque se acostarán en tu espalda,
ese claro en donde bailan las desnudas
y después de que el azul se sobrevenga
yo como algún templo abandonado
mudaré de rostros hasta ser la piedra amorfa
no reconocida.
Adelaida Caballero