A MI MADRE
Ya para mí no hay gloria
todo mi bien llevose la cruel muerte;
triste recuerdo la fatal memoria
me pinta en los dolores de mi suerte;
pues la pasada historia
paréceme ilusión forjada en sueño;
y despertando del letal beleño
al golpe de la parca, furibundo,
atónito y lloroso considero,
que cual brilla el relámpago ligero,
así pasan las glorias de este mundo.
Cual pura rosa en mayo,
no bien brilla argentada
ya rueda deshojada
al golpe de aquilón,
así súbito rayo
de la parca homicida
cayó en su cara vida
y abrió mi corazón.
¿Quién podrá consolar mi aguda pena
cada vez que a mi vista dolorida
parezca objeto alguno que recuerde
la antes dichosa vida
que al dulce arrullo de mi madre amada
¿gocé? Mas ¿qué gocé? No gocé nada;
siempre ausencia, y eterno descontento
y sí algunos instantes de alegría
hurtarles pude a los sañudos hados.
¿Puede con el dolor ser comparado
qué siente en este trance el alma mía?
Nada respeta la segura airada
de la muerte cruel, ni la hermosura
ni la virtud preciada;
todo lo hunde en la tiniebla oscura
eterna, impenetrable;
que sólo al tiempo
descubrir es dable
por más que el hombre
escudriñar procura.
Veintiuno de octubre,
nunca, nunca pasarás
sin que llore el alma mía,
con tanta exaltación
como otro tiempo,
tiempo dichoso
«¡cuando Dios quería!»
me llenabas de júbilo y de gozo
y de fino placer y de alborozo
de mí, por ser el venturoso día...
Y ya no podré verte tan hermosa
cual la aurora risueña
y con faz halagüeña
cantar al son del arpa sonorosa,
ni brindar expresiva
por la salud del hijo a cada instante
y en tono alegre, con gentil semblante,
repetir cariñosa ¡viva! ¡viva!
1858
Natalicio Talavera