XX
ISRAEL, JACINTA
Después de tan venturoso y adverso viaje
me obsesiona, Jacinta, el Templo de Salomón,
—columnas de oro;
Sabiduría
y Amor.—
Un rey barbudo
cantaba cantares de pasión,
todo el pueblo se disgregaba
con el soplo constructivo de Dios,
pero, al remate de los años mil,
cada súbdito es un rey Salomón.
Este libro, ¿de quién es?, de un judío.
Esta mina, ¿de quién es?, de un hebreo.
Esta ciencia, ¿de quién es?, de un semita.
¿No es un hebreo el máximo actor,
y el Ministro de la Economía universal,
y el maravilloso inventor?
Davides surcan los mares de petróleo
sin arpa, ni cetro de sol;
con arcas que no son de alianza
y leyes que no son de amor.
Hay un eterno Abraham de ojos gordos
que mata y no mata por orden de Dios
y un Moisés que cruza el mar océano
hacia la tierra de promisión.
Hay una Sara y una Ruth y una Ester
en Hollywood, Mi
nesota, Nueva York
y las borriquillas de Nazaret
se construyen en los talleres de Ford.
El Líbano, ya no sé dónde cae,
y el Gólgota cambia de sangre y de nación.
Los profetas jibosos y narigones,
salen del seminario sajón
y, siempre, descalzo, gemebundo y seboso
recorre el litoral mediterráneo, Job.
José Moreno Villa