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LE TOUR DU PROPRIETAIRE

                (Polirritmo sin rima)

      Con sus enormes botas impermeables
Y su vestido kaki de una tela fina,
      con su paraguas en la mano
      Y su panamá-hat en la cabeza,
inspecciona el señor burgués sus propiedades,
      sus propiedades rústicas y urbanos.

      Alegre y satisfecho,
    en plena digestión del chocolate,
del butiroso y vigorante soconuzco,
      deja el confort del nido
      y al aire libre se aventura,
A tiempo que el demonio tentador del mediodía
      Pecaminosos rayos
      dispara contra el mundo.

Nunca más alegría derramó la Primavera,
nunca más aromas, nunca más resplandores;
      al firmamento en llamas,
      la Tierra en flor sonríe.

      Nada escucha el burgués: en vano
la canción de la tórtola desmaya en la espesura,
lamentando las vidas sin amor ni Primavera;
o el rumor de las olas repercute a la distancia,
como el diálogo nupcial de la Tierra con el cielo.

      Nada huele el burgués: en vano
trasciende como un bálsamo salubre y confortante
      la resinosa emanación del pino,
o pasa como suave llamamiento al goce
      el lujurioso vaho de la selva.

    Nada mira el burgués, en vano
    el sauce babilonio se estremece
    a la sonora caricia del río;
o blanca nube se desliza por el viento,
como la eterna desposada de un esposo que no viene;
o vuelan a su lado mariposas,
      mariposas teñidas
con el dorado polen de la cándida azucena.

      Naturaleza en vano
Almibaras tu almíbar, hermoseas tu hermosura,
y como regio don, ofreces a los hombres
      tu desnudez olímpica y gloriosa.
El burgués, el binario de Harpagón y de Tartufo,
No te comprende a ti, la madre sin hipócritas remilgos
      a ti, la pródiga divina;
      a ti, la gran pagana.

      Meditabundo, calculando
      el alza y baja de los fondos,
el gran señor no mira, no huele ni escucha,
    que luz, amor, belleza y poesía
nunca fueron productos cotizables en la bolsa.

Despide chispas y regaña al hortelano,
    si en los surcos de berzas y lechugas
    distingue rosas;
    mas congratula al jardinero, suelta un ¡oh! de regocijo,
    si en las antiguas platabandas de amapolas y claveles
    divisa coles.

autógrafo

Manuel González Prada


«Exóticas» (1911)
Segunda parte


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